jueves, 4 de diciembre de 2008

LA NOCHE INGRIMA de :Héctor Malavé Mata




A la memoria deRui de Carvalho y César Ríos


No es mentira. Les pido que me crean. Lo que les digo no es recuerdo que se enturbia con el encubrimiento de las culpas. Les ruego que me crean porque allá estuve. Y les hablo con la clara verdad de lo ocurrido. Si tuviera que regresar por el mismo camino, desandando hacia el lugar de donde vine, terminaría de nuevo entre los muros de El Derramadero. Allá donde moran la afrenta y la vergüenza en difícil compañía. Es cosa de contarles para que vean cómo aflige lo que debo decirles.Sólo quiero que entiendan que arrastro la memoria por los rumbos que algunos recorrieron con el dolor a cuestas, con grandes ganas de vivir como tuvieron. Eso quiero que entiendan. Es lo único que quiero. Les digo que otros fueron ultimados y yo quedé con el encargo de decirlo para que sus palabras, sus pasiones, sus sueños dirijan el recuerdo hacia aquel sitio donde habita la pura pesadumbre.No saben ustedes lo que cuesta hablar de lo que tanto duele.Allá estuve y comprendí las razones que llevaron mis pasos a seguir el sendero andado por los suyos. Les hablo de la adversidad que me hizo conocer el lado noble de nuestra desventura, con el pudor que no sucumbe frente las embestidas de la mala fortuna. No sé cómo pude salvarme. A veces pienso que fue lo que Dios quiso... Les pido que me crean porque allá conocí el descalabro y compartí el peligro sin gran abatimiento. Esto les digo sin los escrúpulos que en la cárcel inventamos para olvidar y no ser culpados de excusas temerosas.Recuerdo aquella noche. Después de permanecer esposado varias horas, me golpearon como con nudos de rebenque, me arrastraron por un pasillo húmedo, abrieron la reja de una celda y me arrojaron sobre el suelo frío. Apenas pude oír el golpe de cerrojo, y casi desvanecido, en el umbral del vértigo, sentí que otros hombres me abrigaron de los pies al pecho. Eso fue no muy antes de la medianoche. Más tarde, al despertar con un sabor amargo llenándome la boca, oí el grito y en seguida las palabras:- ¡Terminen de matarme...!El viejo Varcero había sido lanzado en el calabozo de enfrente. Logré recostarme y verlo en el momento en que dos carceleros lo batían con rabia. La poca luz del pasillo fue mostrando luego sus pies descalzos, su camisa desecha, su rostro ensangrentado. Al fondo de la celda, sobre la pared mugrosa, la penumbra desdibujaba unas figuras en flecos que parecían jirones de sudario. Un último golpe, atroz como los otros. Ultimo también el gemido profundo, el dolor cortado por un suspiro extremo.Al instante sobrevino la pena en el angosto calabozo que ocupábamos. El espacio resultaba estrecho para el mucho tamaño de nuestro afligimiento. Esa vez, cuando el murmullo era sofocado por el miedo, las toses se juntaban con voces apocadas que cercaban el ahogo del desvelo. Aquello ocurría mientras un gendarme, de turno en la garita más cercana, tocaba en la noche su guitarra como en anuncio moduloso de agonía. Entonces la voz grave ...como espuma que inerte lleva el caudaloso río... se entreveraba con los estertores de la víctima.El amanecer fue resplandor que vino de repente para mostrarnos el rostro desgarrado del difunto. El cuerpo de Varcero yacía con su alborotado pelo rucio, con una mano empuñada y otra abierta, como en envite de su infortunio contra su entereza. Antes del mediodía lo cubrieron con una manta gris y se lo llevaron con apremio. Jamás supimos dónde terminaron sus restos. Como cualquier prójimo que acaba sin funeral ni deudos.Desde esa vez sentíamos que los días pasaban con inercia, unos tras otros en sucesión muy lenta, como trincados a un curso casi detenido, en un tiempo hecho de tanta demoranza que todo el tiempo se aglomeraba en una misma noche para meternos en un sueño que nunca concluía. Era cuando la mente en vela nos daba la memoria del castigo en los cuerpos caídos.Lo que sucedió después, ya fue a lo largo de esa pesadilla. Fue la voz del silencio colmando el letargo de los presos. Fueron las noches, sobre todo las noches, con sus horas fondeadas en el hastío del insomnio para que la turbación de los reclusos se poblara de señales brumosas. A veces el delirio que brotaba con voz de quebranto, precipitando palabras sin sentido, parecía balbucear nombres falsos de la vida secreta, claves de los mensajes furtivos, apellidos de los muertos sin tumbas.Así oíamos el rumor en retahila, apagándose poco a poco en el vacío del sueño, y algunos nos quedábamos despiertos, los más en duermevela, como viendo los ojos de Varcero que nos columbraban desde un portalón cubierto por los celajes de la muerte.En ocasiones sentíamos viciado el aire por un calor de gruta, y eso nos hacía desvelar, desalentados como estaban algunos, muy próximos en el espacio físico, juntos unos y otros en un largo sigilo, como si las palabras hubiesen estorbado al recuerdo, cuando el decoro nos pedía resistir los buriles del miedo. Unos acostumbraban andar por el patio porque en las celdas era insoportable el olor del encierro. Otros pocos, atraídos tal vez por las errantes imágenes del cielo, preferían anochecer a espacio descubierto para atisbar la altura que los hombres remontan en temerarios sueños.Allá mismo, en aquellos trances cargados de recelos, no sentíamos tanta incertidumbre como cuando el cabo de guardia se aproximaba a la reja del patio central y llamaba casi a gritos:- Josué Tarcino...- Turcio Abasolo...- Pascual Overo...Los más adelantados coreaban los nombres por el patio, sin darse cuenta que su estribillo aumentaba el estupor de otros prisioneros, cundiendo pronto la inquietud entre quienes presentían la amenaza del rastrillo. Algunos, entumecidos por la inmovilidad, con pasos lerdos se acercaban a la reja.- Presente...Pero con el tiempo, que allá transcurría a duras penas, se disipaban las formas más elementales del apocamiento. En las paredes comenzaban a aparecer nombres y siglas, consignas y figuras alusivas, acrósticos burlescos, crucifijos, reliquias apostólicas, la hoz y el martillo, anagramas de mensajes sin destino, fechas y lugares que restituían la palabra a quienes intentábamos confirmar lo que sabíamos y recordar lo que olvidábamos.Allí mismo el diálogo me hizo conocer a Tirso Cabral, combatiente ilustrado, ecuánime y templado ante la desgracia, baquiano por más señas, que a algunos nos devolvió la esperanza cuando hablaba de las brechas buenas para apurar los pasos hacia la mar abierta. Conocí a Silvestre Reyes, hombre calmo a quien los campesinos le contaban de sus tierras perdidas, arrasadas unas por las torrenteras y arrebatadas otras en deslindes matreros. También a Pepe Unsaín, anarquista español, predicador de sus propias utopías, que había recorrido muchos mundos luchando por lo que a menudo llamaba democracia libre. Sin ley ni rey, como él mismo decía.Conversé con hombres que habían ejercido, con arrogancia y sin grandeza, el rigor del poder. No eran ya envanecidos ni ostentosos. Conocí a varios campesinos. Eran humildes hasta cuando disimulaban su escepticismo con la conformidad de los que nada esperan en la vida, y mostraban a lo más su desencanto por haber descubierto mucho engaño fraguado en las promesas. Recuerdo la vez que uno de ellos, el que con más certeza sentía su desamparo, nos dijo:- Yo vivía con mi mujer y mi hijo por los lados de Margil de Piedra, en unos rebujales que en esta temporada se oscurecen de nubarrones. Allí vivíamos apenas con lo que granjeábamos cada día... En mal momento llegaron unos hombres armados que me amenazaron en nombre de la ley. No se me olvidará nunca. Para nada defendí mi pobre pertenencia. Les dije que tenía mis papeles, pero me sacaron a la fuerza. Miren lo que son las cosas... no me quitaron la razón pero me quitaron la tierra. La justicia esa que tanto mientan jamás atrocha por esos lugares. Hoy ni me acuerdo del tiempo que llevo aquí metido, cuando lo que más quiero es no morirme sin aguaitar el polvo de sus tumbas...- ¿El polvo de sus tumbas? - le pregunté mientras observaba el encono endureciéndole las últimas palabras. Los hombres armados de los que habla - le dije luego - son gente que lleva la violencia porque a quienes la ordenan no les importa el abandono de los que la padecen. No es justo, comprendo. Pero lo prudente es aplacar el rencor con la razón cuando hay que enfrentar el desafuero de los usurpadores. El hombre me miró como entendiendo poco lo que le decía.Contra el cielo se apretaban las nubes en franjas blanquecinas. En el cerro más próximo, bajo el engaste ligero de la bruma, un atajo de grava aún se divisaba en la noche poblada de marañas. Un muro de cantera prieta, más cerca todavía, se levantaba entre la prisión y el campo abierto para confinar la pena en la inmensa soledad de aquellos andurriales.Esa noche, aún recuerdo, un gavilán cruzó el espacio bajo un cielo de estelas. Nuestra mirada siguió su ruta hasta que al fin ocultó el vuelo detrás de la corona de la sierra. Evocamos entonces el flujo y reflujo de las aguas, la corriente cantarina de los ríos, el sonido de mimbre de los juncos, el choque de la brisa en las piedras, la luz sobre la roca de los acantilados, el trajín de los días con su marea de seres y de cosas, todo cuanto corre en el tiempo, al ritmo con que la vida muere, al compás con que la vida nace. Así nació en algunos la conciencia de rescatar su condición de hombres libres.- ¿Qué es la libertad? - preguntó Reyes con interés visible.- ¡Tontería! - exclamó Unsaín con destemplanza no menos evidente - ¿A qué libertad te refieres? Todos hablan de una libertad que no existe o sólo existe en la letra de los pergaminos. Es la palabra más vacía que se mienta sobre la tierra. Jamás he oído otra palabra tan desprovista de sentido. La dicen a la vez los débiles y los poderosos, por igual en los templos y en los antros. Cuando los jóvenes quieren ser adultos, es esa la palabra que dicen; cuando los impostores quieren ser absueltos de sus culpas, esa es la palabra que pronuncian. Me cabrea por ser tan pronunciada, tan absolutamente vana...- ¿Quiere hablarme de la libertad? - me dijo el propio Reyes entre insatisfecho y confundido.Le hablé de la libertad que se percibe no como licencia para los hechos y acciones, porque esa es la libertad que se inventa y prodiga, en nombre de la ley que consagra el arbitrio de todos los poderes, para causar duda y desconcierto en los hombres.Es esa la falsa libertad que proclaman los capataces de los muertos, la que profana las simientes del llanto, la que riega cenizas con el azote de los elementos... Le hablé en cambio de la auténtica libertad, la que ilumina el albedrío del hombre, la que vibra en el aire y la luz, la que entraña el coraje de resistir los mandamientos de la fuerza, la que exime al hombre de sus mitos y tristes sumisiones. Sin ella, le dije, es imposible deshacernos de la servidumbre que nos rebaja ni desprendernos de la indignidad que nos destierra. También le dije que la libertad es atributo de invalidar y transformar todo lo que niegue al hombre en su existencia. Sin hombres libres no es posible elegir entre...- Esa libertad es una visión o una quimera, no una facultad que se ejerce realmente - interrumpió Unsaín.- No es cierto - le respondí en seguida -. La libertad es una facultad concreta, no una dádiva del cielo. Sólo que cuesta mucho conquistarla y más todavía mantenerla.De pronto oímos un tropel de botas sobre el pavimento. Era el cambio de guardia. Eso bastaba para que voces de decaimiento se tornaran susurros, mudez a lo sumo interrumpida por palabras de alerta. Comprendí que la nueva ronda era aún más temible que las otras porque con el bullicio de los que llegaban se nos clavaba el escozor por dentro. Los que con más agobio llevaban sus dolencias, con mayor inquietud presentían entonces el recargo brutal de la condena.Los gendarmes abrieron paso al sargento Peñuela. Erguido, con el pecho descubierto y los brazos colgantes, el sargento abrió la reja, se detuvo de pronto para mostrar su presencia altanera, miró a su entorno y avanzó por la galería abriendo espacio entre los cuerpos tendidos.- ¿Y usted? - me preguntó con aversión, como buscando pretexto para su pendencia.- Soy maestro - contesté.- ¿Maestro? - preguntó nuevamente dirigiéndome la duda como ofensa. Sin responderle, le miré la cara cubierta de ojeriza, no creyendo que mi silencio atizara su actitud desafiante.Por los ojos del sargento pasaron destellos como briznas de lumbre. La ira le brillaba en los ojos hundidos y un hilo de saliva brotaba entre sus labios. Gestos procaces, con una mano apretada a la funda del revólver en el cinto y otra tirada hacia el bajo vientre.- Pendejo... para güevos bastan los míos, respetando los de mi Coronel que están bien puestos -. Y se fue vociferando una sarta de insultos.En los bruscos ademanes del sargento, ya fuera del patio de las celdas, adivinamos el aviso de su represalia. Algunos presos insinuaban su corazonada; otros apretaban el silencio en la garganta. Conocíamos al sargento Peñuela. Cuando las palabras se le arrebataban en la boca, la imagen del castigo comenzaba a mortificar en El Derramadero. Entonces más recordábamos la noche en que las manos férreas se multiplicaban como ramazones sobre el cuerpo de Varcero, hasta que la tortura desencajaba el grito, y la canción del centinela ...la vida en su avalancha te arrastró... se entrelazaba con los jadeos de la víctima, para que luego la pavidez nos punzara por dentro como aguijón de escaramujo.Al día siguiente, casi al anochecer, Tirso Cabral deambulaba en el patio con porte pensativo, andando y desandando a lo largo de la galería, con la mirada ausente, como tratando de rescatar una idea perdida, cuando en realidad sólo maquinaba una aventura. Sin que nadie en ese momento lo supiera, nuestro amigo urdía la fuga. Momento después me abordó con determinación. Aún recuerdo su tono decidido.- Mañana nos vamos. Bien sabes que el sargento...Ya había tramado la evasión y para emprenderla faltaba nada más que el momento oportuno. El propio Cabral, Reyes y yo éramos los comprometidos en el intento, a sabiendas de los compañeros más confiables. Todo estaba previsto para la traspuesta. Los barrotes del tragaluz de un calabozo fueron separados con cautela y en la justa medida de nuestros cuerpos. De uno de los hierros pendía, bien encubierta, una soga de cobija trenzada. La acción debía acometerse la noche siguiente, después del cambio de guardia. Entre tanto la espera era serena, sin atisbos, bien disimulada.Ocurrió como estaba fraguado. A media noche, en el instante preciso, un coro de toses ruidosas solapaba el aparejo de nuestra operación. A propósito ambulaban los ruegos, se juntaban las lamentaciones. Así se hacía conociendo la indolencia de la ronda nocturna.- Un poco de agua, por favor...- Tengo fiebre...Ya cuando oímos la única canción del gendarme ...tu sonrisa refleja el paso de las horas negras... decidimos comenzar la escapatoria. Yo fui quien primero escaló la pared, luego Cabral y finalmente Reyes. Este cayó afuera de bruces contra el suelo. Mortal fue la caída, tan fuerte el golpe que cuando intentamos levantarlo nos dijo a duras penas:- No hay tiempo que perder... sigan ustedes.Al rato oímos los disparos. Atrás volvimos la vista, pero sólo divisamos un cuerpo fondeado en la penumbra. Pronto sentimos que varios carceleros, en algazara de campaña, nos perseguían achicando cada vez más distancia. Comprendimos que con cada tranco se hacía más próximo el acoso y no pudimos sino ocultarnos en un flanco quebradizo del veril. Pero aquellos barrancos, colmados de oscurana hasta el fondo, sólo se hicieron para llenar de retama la boca de los fugitivos.Yo caí entre las breñas, maltrecho y aturdido, como en medio de enjambres de bichos zumbadores. Cuando abrí los ojos sentí una hebra entre los párpados. Las piernas me temblaban cuando intenté arrastrarme en busca de Cabral. Pero a Cabral, por más infortunado, la caída lo lanzó más lejos, hundiéndolo entre cascajos y raíces de abrojos. Al rato me parecía oir sus palabras, su voz hablando dentro de mi voz como la voz del sueño.- Justo Albán - lo imagino musitándome en su agonía - ¿me estás oyendo? Acércate si puedes. Esta vez no es mucho lo que tengo que hablarte porque es poco lo que debo regatearle a esta muerte carraspeña y hosca... Hacia dondequiera que encamines el recuerdo tocarás una herida, sin encontrar equilibrio entre la razón de los caídos y la voluntad de los que ultiman. Recordarás en cada golpe la fatalidad de tanta vida trunca.Ya oíste la canción del centinela ...hoy para siempre quiero que olvides tus pasadas penas... en presagio de última partida. Por eso llevarás las palabras de Varcero y de Reyes metidas en el dolor de tu memoria. Y recordarás su mala ventura para que en ti palpite la pena que abrigas desde el instante de sus gritos...Hasta creo haber recogido sus palabras, como susurradas en la onda del vértigo, cuando el aire cabriolaba entre matorrales y guijarros.Aún recuerdo que el sonido del viento, a modo de aullido rondando entre palenque, rebujaba mi voz como para que mi lamento no quebrara su delirio, en aquella poca agonía que le faltaba para morir soñando bajo la noche umbrosa. Entonces el desconsuelo más me lastimaba, pero más me dolía entreoír a Cabral diciendo sus últimas palabras, cuando la brisa se las arrebataba para yo poder figurarme lo que quiso decirme cuando me llamaba.- ¿Es que acaso no puedes acercarte?... Si pudieras oírme... Acércate, Justo, que ya se están cerrando las puertas de esta penitencia... Un día, cuando tus actos respondan nada más que al mandato de tu conciencia, mitigarás tu sed con el agua de tu propia fuente. Así actuarás con la razón de los que antes cayeron con honra y sin flaqueza.Elegirás por propia convicción el camino cierto. Recordarás entretanto la canción del carcelero ...en la alborada de una nueva vida... y se convertirán en latidos tus pasos, y el pulso de tu sangre será la única brújula en tu rumbo.... No debes olvidarlo. De ti solo depende... En nombre de los hombres ultrajados, en nombre de todos los caídos, en nombre de los hombres que por hombres atrás quedaron sin funeral ni duelo... Eso dile a mis sobrevivientes conocidos... Ven, acércate, que por cada palabra que pronuncio se me cierran más los carriles del cielo.Lo único que sé es que me urge decir lo que debo decirte para no tener estorbos en la boca cuando tenga que callarle a esta muerte rumorosa y fría... Este frío que me corre por donde siento las mayores molestias de mi desgarramiento... Las cosas que digo sin saber que me escuchas... Estas palabras que me salen con sabor a retama...La fiebre palpitaba en mi sangre, ardía en mis ojos, recorría mis palabras, repitiendo en mis palabras lo que Cabral me hablaba en tono de advertencia. Te acordarás de las noches sin abrigo para que nunca olvides las salvas de tus sueños. No podrás elegir tu destino en la conformidad, dejando que los hechos te sucedan. Cada día afirmarás tus pasos para que la indiferencia no arruine tu esperanza.Actuarás para que la tormenta no te arrastre, para que las tentaciones no te instiguen, para que ninguna fuerza coarte tus razones. Traspasarás la frontera de la resignación para vivir con plenitud lo que vives y para conocer la suprema consumación del sacrificio. Rechazarás la simulación, el artificio, el repertorio de la grandeza falsa.No correrás el riesgo de ser absorbido ni de disolverte. Recusarás el orden que consiente la impostura y la insidia. Mientras impere el designio que exalta el polvo y la ceniza, sin más objeto que hacer rodar el dolor en el abismo, vivirás en tu largo desvelo, en tu diálogo furtivo, en tus tribulaciones, aprendiendo a escuchar el eco del silencio, cambiando lo que desdeñas por lo que más estimas, no confundiendo los espejismos de la vida incierta con el deslumbre de los sueños vivos. A un tiempo negarás la potestad falible... ¿Tu libertad?... Esa sola palabra te aproxima a los tuyos por lo que expresa y te aleja de los demás por lo que calla. No desearás una libertad poblada de muertos y vencidos. Conocerás la retórica vana, el pretexto alojado en la boca elocuente. También conocerás el desamparo mudo y el derecho violado.Reconocerás la concordia ficticia, el testimonio falso, el blasón de la fuerza, los túmulos sin nombres. Los nombres de los hombres que te legaron su conciencia con un rayo de luz en la memoria y otro en la intuición de tu destino. Los mismos hombres que te enseñaron abnegación y temple con la imagen que atesoras en la constancia de tus procuraciones, para que tus actos honren el alcance de tus promesas.Entonces podrás evocar la última queja, el llanto apagado en el rumor lejano, pero vivo aún en tus sentidos, en tus querencias, en el fervor de tus palabras... Tú sobrevivirás... Vivirás, Justo Albán, en las madrugadas de tu asombro. Hombre sin lecho, hombre sin júbilo. Vivirás a pesar de las muchas trampas que te tiende el peligro, porque tiene tu vida la razón que ilumina el regazo de la vergüenza en tu memoria.Con esa razón transitarás la heredad amorosa de los hombres, sin hombres que la nieguen, porque no tendrá límite ni embargo la misma razón en la palabra pronunciada. Opondrás esa palabra, tu palabra, al verbo que divide, lastima, engaña, envilece... Te dirán que la violencia es necesaria, pero al final la razón, tu única razón, habrá de recordarte que la violencia es tan sólo superflua. Y quedarán atrás los impulsos fallidos. Y andarás con firmeza sobre el suelo firme. Y conquistarás lo que antes se negó a ser compartido. Y oirás nuevos cantos en la transparencia de tus sueños... Todo lo que hará de tu vida lo que quieras que tu vida sea...Después fue mi azaroso trajinar por muchas lejanías, hasta llegar aquí dispuesto a confesarles lo que de veras quiero, cuando ya no resisto esta sequedad en la garganta, ni este cuerpo transido de dolores. Aquí tan cerca como estoy de ustedes.Tan cerca del recuerdo como de mis quebrantos. Esto que ahora siento es lo mismo que traigo en recordanza, después de haber encajado el cuerpo entre aquellos barrancos mientras caía tras la muerte de un prójimo. Y haber entendido en sus palabras la clemencia de un hombre cabal en su agonía. Y en cada palabra haber reconocido las fuerzas que llevaron mis pasos a seguir el camino andado por los suyos. Y haber oído el quejido de los moribundos, y haber visto el último trance en el habla de los abatidos... Lo malo es que ahora la sed y la ardentía me ahuyentan el sueño. Pero no quiero dormirme. Lo único que quiero es que me crean.Les digo que no he sobrevi


vido para mentir. Sólo quiero que crean que no miento, ni miento cuando digo lo que estoy diciendo. Entiendan que mis palabras no ocupan el lugar que no les da el recuerdo, ni mi recuerdo es memoria que algunos enturbian con la basura de sus culpas. Ahora me dormiría si es que tuviera que dormirme ahora.Pero siento que se me espanta el sueño porque veo los ojos de dos moribundos que contemplan los rastros del acoso a lo largo de la noche íngrima. Todavía me estremece la pena de los que murieron sin rezos y sin deudos. Esto les digo en nombre de los hombres que atrás quedaron entreviendo las estrellas del cielo. Por eso tiemblan mis labios como tiemblan mis párpados de tanto humedecer la memoria en ese rincón de la tristeza donde nacen las lágrimas... Nada más les digo. Créanme. No es mentira.

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