jueves, 4 de diciembre de 2008

Cuéntame un cuento cortito




Ciudad con alegría.

Nos dijeron que la ciudad- más allá de la contaminación, de los problemas con el transporte, de los malestares cotidianos y de su proverbial violencia- amaneció llena de alegrías, cargada de ternuras. Sólo se dieron cuenta quienes escucharon los violines del silencio.Los Cuentos de la Vaca Azul, Armando Quintero Laplume.Zorro En un bosque vivía un zorro que, antes de irse a dormir, le daba el besito de las buenas noches a toda liebre que se encontraba en su camino. Al comienzo - faltaba más – las liebres se asustaban. Unas salían corriendo. Algunas, a penas si se movían, aterradas. Otras, llegaban hasta quedar blancas como un conejo – pobres y tristes liebres – del solo miedo. Luego se fueron acostumbrando y, agradecidas, se alimentaban mucho mejor durante los días sucesivos. ¿Astucia de zorro? – preguntarán ustedes - ¿Estaría loco? ¿Era un zorro tonto? ¿Despreciaba a los de su especie? ¿Y, si fuera vegetariano? De verdad – verdad - no me sé el final de esta historia, sólo su comienzo. Tampoco me interesa. ¡Ahí la dejo!Fablillas, Armando Quintero Laplume.Hambre Tenía hambre. Mucha hambre. Un hambre feroz. Cuando llegó a la cafetería pidió una empanada. - Una empanada de carne. Gigante – solicitó - ¡Urgente! Ya veo cosas del hambre que tengo. Apenas se la trajeron, le dio un mordisco. La empanada se abrió y de ella saltó una liebre que, rápidamente, se perdió entre las mesas. Se conformó con los restos de masa y el olor, caliente, a carne de liebre.. Se los comía bocado a bocado. - Menos mal que es un sitio reconocido – se dijo – Podría haber sido un gato. Fablillas, Armando Quintero Laplume.Muchacho solo El muchacho había quedado solo. Sus padres se habían ido no sabemos dónde. Simplemente, salieron. Se preparó para pasar la noche, como varias veces se lo recomendaron. Revisó que la puerta de calle estuviera bien cerrada.
La del fondo. Cenó y se fue a su habitación. Cerró la puerta. Se desvistió. Se acostó. Apagó la luz. Estaba ya por dormirse, cuando oyó un estornudo al lado de su cama. Imagínate el resto. Fablillas, .Armando Quintero Laplume. Hombre y niño.
Llevaba años trabajando en una oficina pública, entre papeles y papeles. Tantos que, al mirarlo de frente, uno se preguntaba: ¿Aquello era la cara de un hombre? Un día, un niño se le acercó y le dijo: - ¿Has visto que tienes la cara de papel? El hombre lo miró con ojos de honda tristeza y, lentamente, alzó su mano hasta su rostro. Todos oyeron crujir su cara cuando, desde su nariz, la arrugó como una pequeña pelota y la arrojó rodando hasta una papelera. El niño tomó un lápiz, le dibujó unos ojos, una nariz y una boca con una enorme sonrisa agradecida. Como ya era la hora de salida, ambos se separaron. Y, cada uno por su lado se fue silbando una canción bonita. En tanto, por enésima vez, en el cine de aquel barrio se proyectaba “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin.

Fablillas, .Armando Quintero Laplume. Muchachita del Bosque (“A cativa do bosque”) -Escucha –dijo Lobo Grande a Lobo Pequeño-. Y atiende bien. Si por ese sendero pasa una niña con una cesta y una caperuza de este color –le mostró unas guindas-, ni le hables: ¡Es un ser muy peligroso! Esa muchachita tuvo mucho que ver con el triste final de tu tatarabuelo.

Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Regalos (“Agasallos”) A Lobo Pequeño le gusta intercambiar sus juguetes. Loba Pequeña regala cosas suyas e inventa historias. - ¿Dónde está la caja de las piedras que recogimos del río? - Se la regalé a Osa Gris. - ¿Y el frasco de gotas de rocío? - Lo tiene Ardilla Negra. Se lo cambié por su libro de pétalos. - ¿Qué haces con ese caballito de corazón de mazorca, con plumas de paloma y la punta de un lápiz en la frente. Loba Pequeña miró sorprendida: - No es un caballito, es el Unicornio Azul. Con su cuerno de oro va en busca de paz para el bosque. Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Boca de Lobo (“Boca de lobo”) Lobo Grande se había dormido. En pleno sueño, abrió la boca. Y quedó así un rato. Lobo Chiquitito se le acercó, como echando cuentas. - ¿Qué haces ahí? – le preguntó Loba Pequeña. - Miraba. Para estar seguro de que la noche no es tan oscura como la boca de un lobo.


Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Temor de lobito (“Temor de lobiño”) El sol brillaba en un cielo despejado. Loba Abuela entró en la guarida y preguntó: - Lobo Chiquitico, ¿has visto qué tarde? Estupenda para jugar en el bosque. - Ya lo sé. - Entonces, ¿qué haces ahí medio escondido? - Medio escondido, no. Escondido. ¿Piensas que voy a salir a jugar en una tarde así? ¡Ni loco! ¡Seguro que el bosque está lleno de niños! Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Por un amigo (“Por un amigo”) - ¿Qué haces con esa pinta? – preguntó Lobo Abuelo a Lobo Pequeño. Estaba blanco de punta a rabo, y con el pelo rizado. Y al cuello, con un lazo verde, llevaba un cencerro. - Esta tarde quiero jugar en el prado con mi mejor amigo. Pero su padre ni deja que me aproxime al rebaño. Dice que los lobos no pueden jugar con los corderos.
Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Disfraces (“Disfraces”) Había llegado el Carnaval. Todos andaban preparando sus disfraces. Loba Pequeña se había embadurnado el cuerpo con pintura blanca. - ¿Qué te parece? –le preguntó a Loba Abuela. - No me vengas tú también con el cuento de que tienes una amiga cordera, ¿o es que te has enamorado de alguno? - ¡Ay, Loba Abuela, qué cosas tienes! Sólo quería disfrazarme de fantasma.
Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Jugando con lobo (“Xogando co lobo”) Aquella tarde, Lobo Pequeño había a visitar a su mejor amigo al prado. De pronto, los corderos lo rodearon y se pusieron a gritar: - ¡Quiero tirarle de las orejas! - ¡Yo voy a rizarle el pelo y ponerle un lazo! - ¡Pues yo me voy a montar en su lomo! Entonces, Cordero Amigo le dijo a Lobo Pequeño: - Cuando mis hermanos se cansen, dejarán de molestarte; pero ¿quién se resiste a la maravilla de poder jugar con un lobito bueno? Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.Lobo vegetariano (“Lobo vexetariano”) - Ya sabía que esto tenía que terminar mal -dijo Loba Grande a Lobo Pequeño-. Nunca me molestó tu amistad con un cordero, aunque, cuando dejaste de comer carne y empezaron a gustarte las frutas y las verduras, comencé a preocuparme. Pero esto ya es demasiado. ¿Qué van a decir tu padre y el resto de la manada? ¿Cómo explicarles que tu hermoso pelaje, orgullo de nuestra especie, se te está poniendo rojo por comer tantas zanahorias?

Un lugar en el bosque, Armando Quintero Laplume.
El Planeta de la Verdad

La siguiente página está copiada de un libro de historia que se estudia en las escuelas del planeta Mun, y habla de un gran científico llamado Brun (Nota: allá todas las palabras terminan en "un": por ejemplo, no se dice "La luna", sino "lun lun"; "la polenta" se dice "lun polentun", etcétera). Helo aquí: "Brun, inventor, vivió hace dos mil años y actualmente se halla conservado en un frigorífico del que despertará dentro de 49.000 siglos para recomenzar a vivir. Era todavía un niño en pañales cuando inventó una máquina para fabricar arcos iris, que funcionaba con agua y jabón, pero en lugar de simples burbujas hacía arcos iris de todos los tamaños que podían extenderse desde una punta del cielo a la otra y servían para muchas cosas, incluso para tender la colada. Cuando iba al parvulario inventó, jugando con dos bastoncillos, un palo para hacer agujeros en el agua.
El invento fue muy apreciado por los pescadores, que lo utilizaban como pasatiempo cuando los peces no picaban. "Cuando estudiaba enseñanza primaria inventó: un aparato para hacer cosquillas a las peras, una sartén para freír hielo, unas balanzas para pesar nubes, un teléfono para hablar con las piedras, el martillo musical, que mientras clavaba los clavos tocaba bellísimas sinfonías, etcétera. "Seria muy largo recordar todos sus inventos.
Citemos sólo el más famoso, o sea el aparato para decir mentiras, que funcionaba con fichas. Por cada ficha se podían escuchar catorce mil mentiras. El aparato contenía todas las mentiras del mundo: las que ya habían sido dichas, las que la gente estaba pensando en aquel momento y todas las que podían ser inventadas a continuación. Cuando el aparato hubo dicho ya todas las mentiras posibles, la gente se vio obligada a decir siempre la verdad. Por eso el planeta Mun es llamado también el planeta de la verdad."Cuentos por Teléfono, Gianni Rodari.ComentarioComo el camino terreno está sembrado de espinas, Dios ha dado al hombre tres dones: la sonrisa, el sueño y la esperanza.Immanuel Kant.La conferencia del profesor“En Ciencia (y aun diré que en la mayoría de las cosas) generalmente es mejor comenzar por el principio. Por supuesto, en algunas cosas es mejor comenzar por el otro extremo. Por ejemplo, si ustedes quieren pintar de verde un perro, quizás convenga más empezar por la cola, pues de ese lado no muerde. “Lewis Carroll.* Era tan feo, que aun los hombres más feo que él no lo eran tanto.* Era tan obstinado y de mal gusto que hasta un instante antes de morir, vivía.* Al ladrón, bajo la cama: - ¡Pero hombre! ¡Se ha puesto usted la cama del revés!* Disparaba tan ligero y tanto, que de repente tuvo el susto de si no había dado la vuelta al mundo y estaba a un centímetro de embestir su espalda.* Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más no cabe.El Bobo de Buenos Aires, Macedonio Fernández.Tienes que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en el camino me acuerdo de que me había quedado en casa.Correo casero de recién venido, Macedonio Fernández.Para contar un cuento- Asumir un compromiso vital“El conocimiento de sí mismo es ineludible para el narrador oral escénico. De sus características y de sus potencialidades. De sus carencias. De sus relaciones con el contexto. Su capacidad de autocrítica es vital. Su capacidad de crecer. Resulta imposible el análisis objetivo de los otros, sin el pormenorizado análisis de uno mismo. La aceptación y la creencia en la propia transformación, permitirán creer en el público y en su crecimiento y transformación. Difícilmente se podrá confiar, si uno no confía en el ser humano que es.”
“El arte escénico de contar cuentos”
Francisco Garzón CéspedesEditorial Frakson, España, 1991-Sin ninguna exageración, nos atreveríamos a revitalizar un viejo proverbio: “Conócete a ti mismo, que lo demás se te dará por añadidura.”El narrador nunca podrá aparentar ante los otros. Aunque lo quisiera.Lo conozca o no, ha de saber que siempre se mostrará tal como es con su público. Porque todos sus lenguajes verbales y no verbales, por pequeños e insignificantes que parezcan, lo mostrarán, lo revelarán a cada instante. Y, por supuesto, cualquier incoherencia entre su ser y su hacer, entre sus palabras y sus actos, le serán señalados en el momento de narrar. A los otros y a él mismo.También -y quienes saben que una profesión como ésta, que nos relaciona directamente con los otros seres humanos, se asume de por vida y con vida- en cada momento que nos comunicamos con los otros, es decir, siempre.Por otra parte, es conveniente que tengamos en cuenta que quien es narrador oral ha elegido la profesión con su mayor honestidad y, entre otras razones, la ha asumido de corazón, tanto, que se ha vuelto su propio corazón. Y, por ello, como a éste, no podremos quitarla de nosotros para guindarla en un perchero como hacemos con nuestros abrigos o sombreros, cuando no los necesitamos o no nos place llevarlos. Más grave aún: somos con él y él con nosotros, o no somos.“El narrador oral escénico debe cuestionarse primero a sí mismo a través de las diferentes etapas del proceso creativo, para poder lograr, con la comunicación que proponga y alcance su quehacer, que el público se cuestione. El hecho de que no sea posible contar oral escénicamente contra el público, no significa que deba serse complaciente –en el peor sentido- con el público, que no deba inquietársele. La estructura misma del cuento incluye el conflicto. Pero es más que eso, me refiero a que el cuento puede resultar conflictivo. Por supuesto que no es viable que la narración oral escénica contribuya al mejoramiento humano sin desatar conflictos, y sin que el acto de narrar permita que afloren las contradicciones”Nos agrega Francisco Garzón Céspedes a continuación, en la misma página 37 de su obra
“El arte escénico de contar cuentos”, cuando se refiere al punto “Conocerse a sí mismo”, y cuyo fragmento inicial citamos al comienzo del tema que estamos tratando en este momento. La lectura atenta de cada una de las “Definiciones de la Narración Oral” establecidas por este autor en su libro -principalmente de todas aquellas que van desde la definición 7 a la 34 y que, no por casualidad, abarcan desde la narración oral como un acto de comunicación a la narración oral como un acto de amor- nos permitirían reforzar el tema. Y nos permitiría, principalmente, reforzar la conciencia del compromiso que, como un ser humano en relación con lo otros seres humanos, asumimos al ejercer el viejo y digno oficio de contar cuentos. Punto que el propio autor apunta, en la página que ya señalamos arriba, cuando concluye:Es obvio que el narrador oral escénico cuenta desde su visión del mundo, para proponerla y compartirla, para cuestionarla y para tratar de afirmarla y reafirmarla. Debe ser muy hábil. Tan hábil como honesto. Y en relación al público, tendrá que narrar desde el amor, nunca desde el odio. Apoyándose en lo que une a ese público, para que esto le permita hacerse escuchar. Por supuesto que así como debe excluir de su repertorio todo lo que no responda a su ética, también deben excluir todo lo manifiestamente agresivo para el público tanto en el orden de las ideas como en el de los medios de expresarlas, y comprendiendo además que en la narración oral todo lo no comprensible o no interesante puede llegar a ser recibido como agresión”El conocimiento de todos los aciertos no es suficiente, le agregaríamos a lo ya dicho -apoyados en la práctica constante y crítica del oficio- porque es un hecho que, por lo general, todo público se le entrega a cualquier narrador, y siempre le agradece. Peor, diríamos, nos halaga -y auque no está mal que disfrutemos de ello, porque, no lo olvidemos, también nos divertimos y divertimos a los otros por y para esto- puede tentarnos a creer que todo está bien. El reconocimiento de los equívocos o errores cometidos en el acto de narrar; el reconocimiento de los equívocos o errores de los otros cuando narran; el analizar cómo se oiría y vería lo que hacemos si estuviéramos oyéndolo o viéndolo como público, es lo básico.¡Abuelo viejo nunca muere!- ¿Sí?- Sí.- Pero ¿por qué sí?- Pues porque sí.- ¿Y si yo te dijera que no?- ¿Qué no?- No.- Dime, abuelo, el por qué de ese no.- Dime tú, muchachito, el por qué de ese sí.Se hizo un prolongado silencio, sólo interrumpido por el inquieto picoteo de las palomas correteando por la acera, el chillido de los periquitos, el canto sonoro de los canarios y el paso de algún carro por las empedradas calles de aquel pueblo.- Ocho y ocho dieciséis.- Adelante.- Dieciséis y dieciséis son treinta y dos...- Vamos.- Treinta y dos y treinta y dos son sesenta y cuatro.- ¿Y...?- Con sesenta y cuatro años ya no se es un niño.- Claro.- Te puedes morir en cualquier momento.- ¡Caramba!- ¿Y que sería de mí sin ti, en este pueblo?- Como si eso fuera para preocuparte: ¡abuelo viejo nunca muere! Además, ¿tú, no sabes que siempre hay algo que hacer en este mundo? Mientras esto suceda, no puedo irme de aquí.Santiago comenzó a recordar cómo el abuelo se levantaba temprano a regar las matas del jardín de la abuela, y las de su propia huerta.Les quitaba las hierbas malas, les removía la tierra y abonaba cuando notaba que les hacía falta. Rastrillaba los senderos para quitarles las hojas secas desprendidas de los árboles frutales. Les quitaba a éstos ramitas u hojas innecesarias.Limpiaba y renovaba de alimentos y agua fresca las jaulas de los periquitos y canarios. Alimentaba a su perro Martino, y lo sacaba a pasear dando unas vueltas por la manzana.Luego, desayunaba, para seguir trabajando en la huerta y el jardín hasta bien entrada la mañana.A las once, se daba un baño, iba hasta el quiosco de la esquina a recoger el periódico. Regresaba, para sentarse en su reposera, bajo la mata de mango, a leerlo. Totalmente, incluso, hasta los comerciales.- Hay que estar informado de todo – comentaba.Martino, en tanto, se sentaba a sus pies y dormitaba tranquilo, como cuidándolo. El abuelo, como si no lo notara.En esos momentos, también, era cuando arreglaba algún juguete dañado de Santiago.A las doce, ni un minuto más, ni un minuto menos, almorzaba. Lento, disfrutando cada bocado.Luego, el abuelo se echaba un sueñecito. Al despertar, no más de una hora, salía de compras, “de lo que hiciera falta”, o a visitar algún amigo o a hacerle un “mandado” a la abuela.Retornaba como a las cinco y, antes de la caída del sol ya había regado nuevamente el jardín y la huerta, limpiado las jaulas de los pericos y canarios, para pasear otra vez a Martino. Se daba otro baño, se vestía para esperar la cena.Ese era el momento de alegría de Santiago porque el abuelo le leía algún libro, le contaba de su vida – de aquellos tiempo cuando él era joven o muchachito - o le narraba alguna historia que le había contado su abuelo, o algún vecino.- ¡Sí!- ¿Sí?- Qué tienes razón, abuelo. Qué hay mucho que hacer en este pueblo. Por ello, es seguro lo que dices: “¡abuelo viejo nunca muere!”Desde ese día, y por las dudas, Santiago decidió que tenía que ayudar al abuelo para que tuviera mucho trabajo, que también era una manera de ayudarse a sí mismo.Por mucho tiempo se las ingenió para que eso sucediera.Aprovechando que el abuelo estuviera trabajando en otra cosa, o en un descuido, le desarreglaba un cantero, colocaba hojas secas por los senderos, maltrataba una mata, volcaba la comida de los pericos o de los canarios, dañaba por gusto sus juguetes....+++Han pasado los años. Muchos.El abuelo ya no está. Santiago con sus canas, tiene ante sí a su nieto.No está seguro de contarle este cuento.El muchachito le ha hablado.- ¿Si?- Sí.- Pero ¿por qué sí?- Pues porque sí.- ¿Y si yo te dijera que no?- ¿Qué no?- No.- Dime, abuelo, el por qué de ese no.- Dime tú, muchachito, el por qué de ese sí.Se hizo un prolongado silencio, sólo interrumpido por el molesto ulular de alguna sirena, los cornetazos de algún autobús, el paso inquieto de algún transeúnte oído por la ventana abierta de aquel edificio en la ciudad donde vivía desde hacía muchos, muchísimos, años.Por la ventana entró un colibrí, venido quien sabe de dónde, que revoloteó frente a Santiago.- ¿Existirá la muerte? -se dijo el abuelo para sí-. ¿Y, si sólo es que la vida no cambia, sino que se transforma?El avecita se fue y Santiago rompió el silencio:- Te voy a contar algo que me pasó cuando tenía tu edad...Y le narró esta historia.El mejor Arquero del Rey
Este era un Rey que tenía el mejor palacio de todos los palacios del reino, y de todos los reinos vecinos. Porque tenía los mejores arquitectos de éste y los otros reinos. Se lo habían construido con las mejores piedras para tener los mejores muros, las mejores torres, los mejores torreones, las mejores almenas, con los mejores fosos, los mejores puentes levadizos y las mejores puertas. Con las mejores habitaciones, las mejores ventanas, los mejores salones, las mejores salas, los mejores corredores, los mejores pasadizos, los mejores pisos y los mejores techos. Las mejores capillas y – por qué no -, las mejores mazmorras y prisiones. Como, también, los mejores patios y las mejores plazas arboladas, con las mejores fuentes, de éste y otros reinos.Como tenía los mejores ebanistas y los mejores carpinteros, se permitía tener los mejores muebles, con las mejores sillas, las mejores mesas, los mejores taburetes y los mejores baúles, arcas y arcones. Como tenía los mejores herreros, podía tener los mejores candados, las mejores cerraduras, trabas y cadenas, las mejores armaduras y escudos, las mejores mallas, los mejores cascos, las mejores espadas y florines, como los mejores mazos, las mejores lanzas y las mejores flechas. Como tenía los mejores alfareros, podía tener las mejores vasijas y vajillas, las mejores jarras y jarrones. Como tenía los mejores plateros, joyeros y zapateros, se vanagloriaba con los mejores cuchillos y las mejores cuchillas, las mejores cucharas, los mejores tenedores, con las mejores coronas, medallas, sortijas y pulseras, los mejores anillos, los mejores cálices y las mejores copas, jarras, platos y fuentes de fina plata y reluciente oro y, por supuesto, con los mejores zapatos, calzas, estribos, arneses y monturas existentes.Tenía los mejores huertos y jardines del reino, y de los reinos conocidos. Porque tenía los mejores hortelanos y los mejores jardineros de éste y los otros reinos, que alimentaban las mejores sementeras para abonar las mejores tierras y poder cultivar las mejores legumbres, las mejores hortalizas y las mejores plantas con las mejores flores conocidas de todo el reino – y, sin dudas –, hasta más allá de todos los reinos vecinos.Tenía los mejores sastres, los mejores hilanderos y tejedores del reino, por ello, los mejores trajes, las mejores capas, los mejores mantos y abrigos, las mejores cortinas, las mejores alfombras y tapices, las mejores mantas, los mejores manteles, servilletas y pañuelos, las mejores sábanas y los mejores cubrecamas que pudiéramos imaginar, para éste y otros reinos.Un día, mejor dicho, una mañana que el Rey estaba aburrido – (¡ah!, la mejor mañana, aunque fuera la única de ese y todos los días, con el mejor y mayor, aburrimiento de los reinos) -, llamó a su único y mejor consejero, que le recomendó el mejor paseo para rey aburrido. Y miró, con su mejor mirada, desde su mejor ventanal, hacia el mejor camino del mundo, con las mejores curvas, las mejores rectas, los mejores bordes, naturales y empedrados, los mejores puentes que cruzan sobre los mejores ríos, arroyos, pasos y riachuelos y, con las mejores palabras, llamó a su chambelán, quien llamó al mejor sirviente para llamar al mejor mozo de cuadras que llamó a su mejor muchacho ayudante de cuadras para que trajera al mejor caballo para ensillar con las mejores sillas y , así, el Rey podía cumplir con su único y mejor deseo del momento: dar su mejor paseo, para quitarse su mejor aburrimiento en aquella mejor mañana de todas las del reino.Vestido con su mejor traje de paseo, el Rey estribó, con sus mejores botas, en los mejores estribos hecho con los mejores cueros del reino, que tenían los mejores enchapados en oro y plata, de los más finos. Y, con el mejor toque de su mejor látigo, al mejor espoleo de sus mejores espuelas de plata y oro labrado, con diamantes incrustados, y al sonido de su mejor azuzar a su mejor caballo, montado de lo mejor, comenzó a trotar, con el mejor trote – sin dudarlo - para avanzar hacia el mejor camino de su reino, y de todos los reinos vecinos.Trotó y galopeó, galopeó y trotó, hasta las doce del día, cuando en el mejor cielo del mundo, brillaba, con el mejor brillo del mundo, el mejor sol de este mundo y de los mundos descubiertos, provocando el mejor – y mayor – calor del reino, y de los reinos conocidos. Buscó el Rey un resguardo con la mejor mirada, y consiguió, un hermoso túnel de árboles, con los mejores troncos, las mejores ramas y las mejores hojas, que brindaban – como lo imaginas - su mejor sombra.Realizaba el Rey el mejor descanso de todas las jornadas, cuando observó que, en el primer árbol donde estaba apoyado, había un círculo blanco con una flecha clavada en su centro. Nada tenía de extraordinario el hecho, sino fuera que, en el segundo, en el tercero, en el cuarto... en el décimo... en el vigésimo... en el centésimo... ¡en todos los árboles de aquél túnel había círculos blancos con sus flechas clavadas en su centro! Y, los círculos, ¡eran cada vez más pequeños!El Rey tenía los mejores arcos y las mejores flechas del reino, porque tenía, como ya lo dijimos, los mejores hacedores de esas armas entre todos los reinos (los vecinos - por lo menos - que, de buenos, o cansados de tantas guerras, nada querían saber con ellas, y los que las apoyaban) Además, él - que se consideraba el mejor arquero de su reino y nadie, aún, se había atrevido a negarlo, ni en éste, ni en los otros reinos – lo sabía, no era el responsable del hecho (no necesitaba ser el mejor investigador para reconocer que no eran sus flechas y, aunque era el mejor arquero del reino, tenía que aceptar, muy a su mejor pesar y a costo de la mejor modestia, que no hubiera logrado clavar sus flechas en tantos centros)- Quien hizo esto – se dijo el Rey para sí –: ¡es el mejor arquero del reino!Con la mejor rapidez posible, se montó en su caballo, con veloz carrera –la mejor del reino – se regresó a su palacio, llamando, con los más fuertes y mejores gritos del reino, al Capitán de su Ejército y, apenas lo vio, le ordenó, con la mejor orden del reino, ¡y, sólo de palabra!, que trajera ante él al responsable de aquello.El Capitán del Ejército preguntó, preguntó y preguntó, investigó, interrogó y presionó. Nadie sabía, o quería, darle datos del suceso – por desconfianza o por miedo –, todos guardaban el mejor silencio. Así pasaron días, semanas, un mes, dos, hasta que, a la mitad del tercero, apareció el responsable del hecho. Para la sorpresa de él, y la mayor del Rey, por supuesto, la mejor sorpresa del reino. El Capitán del Ejército lo traía de su mano: era un muchachito de unos seis años, con la mejor mirada de “yo no fui”, como cualquiera de su edad en esas situaciones.Cuando el Rey lo tuvo ante sí, le dijo:- ¡Muchacho!, ¿Cómo has logrado, tú, eso?Y, el niño, con un colorcito subido en sus mejillas, la mejor sencillezposible y haciendo una gran reverencia – sin dudas, la mejor del reino - le respondió:- Es muy fácil, mi Señor: primero clavo las flechas, y después les pinto el centro.

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