jueves, 25 de junio de 2009

Ismail Kadaré, Quijote en los Balcanes


"Aprecio el delirio que tiene que ver con la libertad", dice el autor albanés galardonado
Por JOSÉ MANUEL FAJARDO - París - 25/06/2009 .Premio Príncipe de Asturias de las Letras
Para Ismail Kadaré, el escritor albanés galardonado ayer con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, la cabalgata de Don Quijote llegó, gracias a traductores y lectores, hasta las convulsas tierras de los Balcanes. En su opinión, "las penínsulas Ibérica y Balcánica tienen en común el haber sido escenario de los dos mayores intentos de imponer en Europa poderes y culturas que venían del Oriente próximo". Kadaré, que vive entre París y Tirana, conversó ayer con este diario desde su casa de la capital de Albania.
"El pensamiento de la gente es muy codiciado, en los sueños es libre"
La línea divisoria entre islam y cristiandad pasó durante trescientos años por los Balcanes, y ese conflicto está presente en algunas de sus novelas históricas, como Los tambores de la lluvia, feroz narración del cerco de las tropas turcas a una ciudadela albanesa. Pero el vínculo entre España y Albania no pasa sólo, según él, por los paralelismos históricos. "En los Balcanes hay mucho de Don Quijote", afirma, y uno siente que hay verdadera simpatía hacia todo lo español en este hombre, que tiene fama de parco en palabras y al que se puede ver por la mañana tomando un café en la terraza del parisiense café Le Rostand, frente a los jardines del Luxemburgo.
"Nuestro carácter es quijotesco, en el buen sentido del término, porque yo como escritor aprecio en Don Quijote no sólo la locura, sino la fantasmagoría, ese hermoso delirio que tiene que ver con la libertad". De ese amor nació su texto Don Quijote en los Balcanes, en el que explica cómo se ve al hidalgo en Albania. "Allí es muy popular", comenta, "se le considera como un personaje nacional, y son muchos los escritores albaneses que han señalado el paralelismo entre las andanzas de Don Quijote y las de los aventureros balcánicos que se adentraban en el Imperio otomano en la época de la dominación turca".
Ante esos sólidos vínculos culturales, la discrepancia sobre la independencia de Kosovo (no reconocida por España) le parece anecdótica: "Tiene que ver con la política interna de España, pero es cuestión de tiempo. En Kosovo sólo se normalizó una situación anormal".
Figura prominente de la disidencia contra el régimen comunista totalitario de Enver Hoxa durante los años 80, Kadaré ha diseccionado con precisión cirujana los mecanismos del totalitarismo, a través de relatos que tienen mucho de oníricos. La novela El palacio de los sueños es quizá su mejor ejemplo: en ella, un enjambre de burócratas se dedicaba a reunir, clasificar y estudiar los sueños de todos los habitantes del país. "La escribí en el momento más duro del comunismo albanés", recuerda Kadaré, y añade irónico: "Creo que fue un libro muy bien leído en su momento por todo el mundo, incluida la dictadura, que supo ver la crítica del totalitarismo que contenía y lo prohibió. Pero como la prohibición fue después de que se publicara y estuviera ya casi vendida toda la edición, produjo el efecto paradójico de hacer que la gente lo releyera de manera más atenta y más profunda".
Bajo el totalitarismo, añade, "el pensamiento de la gente está muy codificado, aunque en los sueños es libre. Por eso los Gobiernos totalitarios están obsesionados por controlar también la intimidad, el lado emocional de las personas. Porque ése es el territorio en el que se refugia la libertad cuando se vive bajo la opresión. No bastan las cárceles, se trata de penetrar en la conciencia y controlarla".
Veinte años después de la caída del muro de Berlín, la mirada de Kadaré sigue siendo crítica ("Es innegable que Albania ha progresado, pero ese progreso no ha sido tanto ni tan bueno como soñábamos"), pero en su pensamiento late un optimismo al que quizá habría que calificar de escarmentado. "Europa ha presentado en algunos momentos de la historia un rostro duro, oscuro, basta pensar en la Inquisición o en el comunismo", explica. "Sin embargo, lo maravilloso es que ha sido capaz de luchar contra sus propios demonios. Ha sabido autocriticarse, asumir sus faltas".


Ni disidente ni portavoz

Por:BASHKIM SHEHU Premio Príncipe de Asturias de las Letras

"He tratado de hacer literatura normal en tiempos anormales". Así caracteriza Ismail Kadaré su actividad literaria bajo el comunismo. Buena parte de su obra, y de sus obras maestras, fueron publicadas en Albania e incluso traducidas a varios idiomas precisamente durante aquel periodo, mientras el régimen estalinista albanés era el más opresivo y cerrado de Europa. Kadaré no fue ni disidente ni portavoz del régimen. Tampoco fue una mezcla de los dos, ya que son incompatibles, y tampoco algo a medio camino, porque constituye un fenómeno tan complejo que no se puede definir a partir de categorías sobrecargadas de política. Kadaré era un autor transgresor, pero de una transgresión estético-literaria que consistía en nuevas formas de expresión capaces de poner entre paréntesis la realidad, o ponerla en entredicho, cuestionarla a través de un sutil entretejido metafórico.
Es un creador transgresor, pero de una transgresión estético-literaria
Y, gracias a todo ello, la obra de Kadaré tenía a su vez un papel políticamente emancipatorio para los lectores albaneses en aquellos tiempos oscuros. Los centros del poder lo veían como un individuo con ideas hostiles. Algunos de sus libros fueron prohibidos, algunos otros tuvieron que ser corregidos obligatoriamente por él. Y, de vez en cuando la dictadura le enseñaba los dientes, le amenazaba con "arrojarlo al barro", según las palabras de un secretario del Comité Central. Eso fue en 1982. El autor de estas líneas, por su experiencia de interrogatorios a que fue sometido por ser, entre otras cosas, amigo de Kadaré, tiene la certeza de que la policía secreta, al menos en esa ocasión, pretendía meter a Kadaré en la cárcel. Lo que no llegó a ocurrir. Era demasiado tarde. Kadaré era demasiado conocido internacionalmente.
El dictador temía proporcionar a Occidente la oportunidad de crear un Solzhenytsin en Albania. En cambio, le complacía que un escritor albanés tuviera tanto reconocimiento internacional: una complacencia acomplejada, similar a la de la España franquista cuando una película, censurada en el país, era valorada a nivel europeo. Lo que se hacía era amenazar al escritor de vez en cuando para que no fuera demasiado lejos, y, a veces, mimarle y pedirle un tributo. Lo que consistía, parafraseando a Esquilo, en que el escritor echase al dictador algunas migajas de su fastuoso banquete homérico.
Esa etapa de la vida de Kadaré terminó en el otoño de 1990, cuando pidió asilo político en Francia. Él calificó el acto como una "separación del mal". Ocurrió un mes antes de que la revuelta de estudiantes en Tirana pusiera fin al sistema de partido único. Fue recibida muy positivamente por la sociedad albanesa, como un acto que contribuía a acelerar el cambio. En el gulag de Albania, donde me hallaba yo todavía, fue recibida con júbilo.
Kadaré sigue estando dedicado a la literatura, escribiendo sobre los mismos temas, relacionados profundamente con Albania, y del mismo modo que bajo la dictadura: siempre lo que él considera "literatura normal", aunque en tiempos diferentes.
Bashkim Sehu es novelista albanés afincado en España y autor de El último viaje de Ago Ymer



Un sabor inconfundible

Por IGNACIO VIDAL-FOCH Premio Príncipe de Asturias de las Letras

La característica fundamental de las antiutopías de Kadaré es una atmósfera inquietante, sombría, crecientemente irrespirable, en la que se mueven los personajes hacia un destino a menudo fatal. La fluidez del relato, la firme conducción de la trama, la amenidad y hasta el exotismo bárbaro de los ambientes, los personajes y los paisajes, alivian la lectura, y la suma de todo ello le da a los relatos de Kadaré una posición particular, un sabor inconfundible.

Ese aire enrarecido, ese clima angustioso, envuelve también las novelas épicas como la extensa El largo invierno, en la que reconstruye el viaje a Moscú de una delegación de políticos albaneses en 1961 para discutir con las autoridades soviéticas y el profundo trauma que supuso, para las clases dirigentes de Tirana encabezadas por el dictador Enver Hoxha, y para los ciudadanos de a pie, el tremendo, sacrílego desafío de la ruptura con la URSS. Por esta novela, de un patriotismo por lo menos ambiguo, por sus ensayos sobre mitología y sus análisis comparativos de romanceros, leyendas y tradiciones de Yugoslavia, de Albania y de Grecia, y sobre todo por la evidencia palmaria de que se trataba de un gran escritor (aunque del todo excéntrico a la estética del realismo socialista), Kadaré fue tolerado por el régimen de Hoxha.
Y, entre reconocimientos y amenazas, por su sucesor Ramiz Alia; hasta que en 1990, desde París donde se hallaba de viaje, asestó al régimen la herida profunda de su exilio y denuncia, precisamente en el momento en que Alia, con la organización de una cumbre de ministros de asuntos exteriores del ex bloque soviético y la presencia, por primera vez en muchos años, de un contingente de periodistas occidentales en la capital, procuraba dar al mundo una imagen de aperturismo. De la noche a la mañana los ensayos y novelas de Kadaré exhibidas en los comercios del centro de Tirana desaparecieron de los escaparates; y al día siguiente los periodistas occidentales fueron expulsados del país.
Hace algunos años tuve ocasión de charlar con Kadaré. "Sólo una vez hablé con Hoxha", me explicó. "A aquel asesino le gustaba llorar en los mítines multitudinarios, y en privado dárselas de culto e ilustrado y salpicar su conversación con sentencias de los moralistas franceses. Yo había pedido permiso para consultar documentos secretos relativos a la ruptura con la URSS. Aquella ruptura traumática, que venía después de la de la Yugoslavia de Tito, perseguía el objetivo de que Occidente se volcase con Albania, pero eso sí, respetando el carácter personal del régimen, la dictadura de Hoxha. Pero la maniobra salió mal, Europa nos ignoró y hubo que buscar otro valedor, y lo encontramos en la China de Mao... El caso es que Hoxha me llamó a su casa para hablar del asunto. De pronto abandonó la sala donde estábamos. Quizás se me había escapado alguna palabra desagradable y que ahora tendría que atenerme a las consecuencias, no las tenía todas conmigo, pero él regresó enseguida con un montón de grandes volúmenes: las obras completas de Balzac, que me regaló. Por favor, me dijo, no crea que quiero influir en su estilo, escriba como le parezca, lo que pasa es que, ¿sabe?, yo soy un hombre de gustos clásicos, un poco chapado a la antigua". Y Kadaré se reía.
Para elogiar a un autor es socorrido colocarlo en la estela de un Kafka o de un Borges. En este caso es correcto citarlos: él es kafkiano porque muchas de sus novelas son alegorías de la soledad y la impotencia del individuo ante la inextricable, compleja, desalmada y quizás absurda maquinaria de poderosas superestructuras sociales o políticas que lo arrollan; y es borgiano por la invención de espacios metafóricos inolvidables. Archivos infinitos; grandes pirámides construidas para consumir la energía de un país en algo grandiosamente inútil (La pirámide); ministerios en los que miles de funcionarios analizan los sueños de la gente, pues en ellos quizá se esconda una pizca de disidencia (El palacio de los sueños).
Alrededor de 30 novelas ha reunido a una comunidad internacional de lectores. Algunos prefieren las que hablan de la pervivencia en el mundo de hoy de viejas tradiciones bárbaras y de leyendas albanesas, como la de la ley de sangre, por la que la familia de un asesinado debe vengar su muerte matando a algún familiar del asesino, y así durante décadas (Abril roto); o como la "bessa", la palabra dada, capaz de hacer regresar de la muerte a Constantin y galopar en un caballo espectral a través de Europa (¿Quién trajo a Doruntina?).Es borgiano por su invención de espacios metafóricos inolvidables


No hay comentarios:

Publicar un comentario