sábado, 8 de agosto de 2009

Rastros subjetivos de nuestra Cultura

Venezuela tiene una fuerte raigambre española,influencia africana e indígena y de los EEUU,que a su vez la tiene de Alemania e Irlanda.
Desde el cabito,y en la formación de Bolivar hay un fuerte componente francés.
Nuestro contacto permanente con Colombia,emigraciones libanesas,las relaciones con Cuba y Méjico,la presencia judía,etc han conformado una identidad propia que ademas tiene el componente marxista que heredamos de Romulo Betancourt cuando comenzó con el antecesor de Acción Democratica,el ORVE ,y algo de la República española de emigrantes de la oleada Perez Jimenista,(que tuvieron un gran peso en Méjico),y desde luego de Italia y Portugal
Bien,para ir revisando la conformacion cultural de nuestra Venezuela actual estos artículos de Babelia del Pais nos pueden ir ayudando:
Joaquín




CRÍTICA: RELECTURAS
La brecha de 'Petersburgo'
ENRIQUE VILA-MATAS 08/08/2009


Andréi Biely escribió una de las obras mayores del siglo XX, cuyo centro es el lenguaje y la necrópolis moderna
Petersburgo, La palabra quedó suspendida en el aire, solitaria, única. Nadie en el plató de televisión podía negar haberla oído. Como de pasada, la había dejado caer Nabokov al nombrar por sorpresa las cuatro obras maestras de la prosa del siglo: "Son, por este orden, Ulysses, de Joyce; La metamorfosis, de Kafka; Petersburgo, de Andréi Biely, y la primera mitad del cuento de hadas de Proust En busca del tiempo perdido".
Petersburgo
Andréi Biely
Traducción de José Fernández Sánchez.
Alfaguara. Madrid, 2002
360 páginas. 15 euros.


Puede incluso llegar a sorprender más de lo que pudo hacerlo cuando, con su acento vanguardista, apareció en 1906
Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador
¿Petersburgo? ¿Quién era Biely? Corría el verano de 1965, y en aquellos días todavía existía un cierto interés por esta clase de inocentes asuntos. Grove Presse no tardó en reeditar, a los pocos meses, aquella misteriosa y casi olvidada novela rusa de 1906. Pronto se supo que, aunque había sido adscrita inicialmente por los críticos de su tiempo a la corriente simbolista, Petersburgo jamás se había distinguido por ser una obra fácil de clasificar. Y por sus experimentos con el lenguaje y su intento de abarcar la vida cotidiana de una ciudad entera, hasta había llegado a ser considerada como el Ulysses ruso. A mí me parece que es una de las novelas más extrañas y complejas que se han escrito nunca. La he releído estos días y no influye en lo que digo el estado de ánimo con el que abordara este libro el 6 de octubre de 1981 cuando comencé a leerlo por primera vez y aún me sentía bajo los efectos narcóticos de varios ensayos franceses que lo situaban en la cima de la complejidad universal. Asombra ahora, al volver a leer Petersburgo, no sólo esa complejidad -tan admirable, sin duda-, sino la desbordante facilidad técnica con la que Biely superpone en el libro varias capas de interpretación y sobre todo la facilidad -propia de un genio- con la que sabe reunir tanta exuberancia de imaginación y verbo en un espacio urbano a fin de cuentas tan limitado como mortal, pues la gran ciudad de la Perspectiva Nevski se alimenta sólo de un gran ideal o, mejor dicho, de una moda.
-¿De qué moda?
-¿Quiere que la defina con palabras? Es como un ansia general de muerte; me emborracho con ella.
Sin perder el humor, Petersburgo dramatiza en clave de palimpsesto esa ansia general de muerte y poetiza el fin de un lenguaje (que Biely manipula a fondo) y de una cultura que se agota ante nuestros propios ojos. El lenguaje y la necrópolis moderna parecen los centros de la narración. Pero no se sabe cuán realmente importante es el argumento. Porque Biely, al igual que sus maestros Shklovski y Eichenbaulm, era un teórico literario que distinguía entre fábula y trama. Para Biely, la fábula era el argumento, mientras que la trama era el modo narrativo que agrupaba los hechos contados. Y la fábula o pretexto para fraguar Petersburgo es sencilla, pariente lejana de Los demonios de Dostoievski: el frágil y joven pensador Nikolai Apolónovich recibe la orden de atentar con bomba contra su propio padre, el senador zarista Apolón Apolónovich Ableújov, de quien Biely nos dice, con pronunciada ironía, que es de ilustre procedencia, pues "tenía en sus orígenes a Adán".
Seguramente no cuenta demasiado en este libro la fábula y sí, en cambio, la trama, entendida como una forma, como un modo de contar, tal vez un modo tan desaforado como sutil de llevar la contraria a una cierta línea recta ortodoxa, occidental. Releyendo Petersburgo, he recordado unas palabras del diario de Eichenbaulm: "Shklovski está en lo cierto cuando dice que deberíamos escribir de nuevo libros incomprensibles como el zorro que gira bruscamente a un lado mientras que el perro continúa su búsqueda todo recto". De hecho, estas palabras ya resuenan como un eco al comienzo mismo de la novela de Biely: "La Perspectiva Nevski es (debo decirlo) rectilínea, siendo como es una avenida europea". Atamos cabos. Aunque, si lo pensamos bien, ¿acaso no estamos en Oriente? ¿Por qué tendría que ser tan recta la Perspectiva? En la trama, la gélida ciudad de Petersburgo y su gran avenida, así como el sonámbulo deseo de parricidio y el ansia general de muerte, actúan como pretexto para hilar un discurso de novela policiaca, pero también de novela mística (a la que no le faltan los mundos paralelos), de novela política, de novela intertextual, de novela de corte vanguardista, y hasta de novela de costumbres. Es un libro palimpsesto que hoy, habituados como estamos a la plaga de novelas planas que nos invade, puede incluso llegar a sorprender más de lo que pudo hacerlo cuando, con su acento vanguardista, apareció en 1906 en Rusia.
En Petersburgo, que anunciaba una promiscuidad de géneros que más tarde se abriría camino en la narrativa del siglo, se superponen numerosas escrituras, consecuencia de la visión que Biely tenía del arte: una visión como de anamnesis, de invasión de la conciencia artística por un superconsciente, de especie de desposeimiento de uno mismo. Sabiendo esto, quizá no nos resulte tan extraño que Biely sufriera en 1911, en Sils Maria, sobre el peñasco en que Nietzsche había tenido la intuición del eterno retorno, una especie de gran crisis nerviosa. Había experimentado el ascenso incandescente de las "lavas del superconsciente". ¿Se separó de sí mismo? Todo indica que, a través de una fría ecuación intelectual, llegó a experimentar la misma apertura de mente que pueden facilitar ciertas drogas que logran nuestra conexión completa con el cosmos. Por una brecha de su cerebro entró el mundo exterior, entraron los vivos y, sobre todo, una legión de muertos.
El artista, aquel que sabe percibir algo superior a su realidad, se exilia de sí mismo y el magma supranatural penetra impetuosamente en él. Esta sensación de apertura, de fisura o de hueco, la describe Biely con frecuencia. En ella se inspiran varios episodios de Petersburgo: es el tema de la brecha que, al final del capítulo tercero, se forma en el cerebro del senador: "Algo, con un rugido semejante al del viento en la chimenea, succionó rápidamente la conciencia de Apolón Apolónovich a través del boquete azul del parietal: hacia más allá del infinito".
Creo que nunca mi propia risa de lector ha llegado a conmoverme tanto. Mezcla estrambótica de humor oriental y trascendencia, siempre próxima a estallar, como la bomba contra el senador. La grieta, la fisura sobrenatural, la rotura, son imágenes cardinales en la temática de esta nerviosa novela. Como texto policiaco, Petersburgo gira en torno al posible atentado parricida y desgrana lentamente una acción inmóvil, de suspense y horror y, en definitiva, de angustiado eterno retorno. Como novela política, no está del lado de los terroristas, pero tampoco simpatiza con los poderosos; las mismas pesadillas atormentan a unos y otros, y todos son agentes de destrucción, del mismo modo que Apolónovich padre y Apolónovich hijo son la misma cara de la misma moneda, o de cierta promiscuidad fisiológica: el uno imagina a su padre durante la cópula, y el otro sueña en abrir un agujero para espiar a su hijo.
Como novela intertextual (como novela de recapitulación de los temas esenciales de la biblioteca de su patria, porque también todo eso es Petersburgo) es simplemente extraordinaria: Gogol, Pushkin, Dostoievski, Lermontov, Chejov, están discretamente presentes en la trama que resume, en un no menos discreto pero efectivo plano secreto, la historia de la línea más noble de la gran narrativa rusa. Como novela mística, por su parte, ofrece seguramente la cara más interesante y la más alucinante de este palimpsesto. El hombre es un vestigio de otra cosa. Biely alude a las otras realidades y a huellas olvidadas. Y con una prosa rítmica que nos embruja hace avanzar su endiablada trama, es decir, su modo o forma extraña de estructurarlo cósmica y mentalmente todo; su modo de conducirnos con severidad -puntuada por un narrador irónico, cervantino- hacia esa ruina general en la que ya estábamos instalados, sin saberlo, antes de comenzar a leer tan grandísima obra maestra.



(A partir de ahora al final de cada artículo esta el link para continuar leyéndolo)




ENTREVISTA: MUSICA - Entrevista Matthias Goerne
"La obsesión por la audiencia acabará matando el arte"
JAVIER PÉREZ SENZ 08/08/2009

El barítono alemán ha dado un lugar preeminente al lied en su carrera, dejando la ópera en segundo plano. Critica la excesiva superficialidad de otros cantantes en busca del éxito rápido y tiene una receta para la crisis: la excelencia
Ni le obsesiona el éxito ni está dispuesto a perder su independencia artística. Desde muy joven, el barítono alemán Matthias Goerne (Weimar, 1967) lleva las riendas de su carrera con rigor y sentido común, cualidades que hoy parecen haber perdido muchas estrellas emergentes de la ópera que se han apagado antes de tiempo por perseguir el éxito a toda costa. Goerne hace exactamente todo lo contrario. De entrada, mantiene la ópera a dieta en su agenda: el lied es su medio de expresión natural y prefiere la intimidad del recital, lejos de las presiones que impone el mundo de la ópera. "Los jóvenes cantantes son como cometas, tienen talento pero se queman antes de tiempo por no resistir la tentación del éxito fácil y rápido", afirma recordando que la única forma de sobrevivir es diciendo no a las presiones de teatros, agentes artísticos y discográficas. El próximo 25 de agosto acudirá fielmente a su cita en la Schubertiada de Vilabertran (Girona), único festival español consagrado al legado de Franz Schubert y sus contemporáneos románticos.



Cantará lieder de Schubert, su compositor fetiche, junto al pianista Alexander Schmalcz. Unos días después, el 2 de septiembre, actuará en la Quincena Musical Donostiarra como solista de los malherianos Kindertotenlieder, con la Joven Orquesta Gustav Mahler dirigida por Jonathan Nott. Detesta la superficialidad en la música, advierte de que "la obsesión por la audiencia acabará matando el arte" y habla con orgullo de su dedicación al lied. "Amo el lied por encima de todo, pero más allá de los géneros, lo que busco es mantener pura la esencia del canto, que no es otra cosa que emocionar al público con la música y con lo que se dice a través de ella".











MARCOS ORDÓÑEZ 08/08/2009

Georges Lavaudant ha emprendido el reto de montar en un solo espectáculo las obras de Sófocles sobre el rey de Tebas, Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona. Una versión con hallazgos admirables, pero poca emoción

Edipo, una trilogía, el nuevo espectáculo de Georges Lavaudant (se estrenó en el Matadero, ha recalado cinco días en el Grec y se verá en Mérida del 12 al 16 de agosto) es un reto-remix: contar la saga de los Labdácidas (Edipo rey, Edipo en Colono y Antígona) en dos horas y cuarto. Hará dos o tres años, Pasqual realizó una operación similar, Edipo XXI, que algunos maliciosos rebautizaron como Edipo XXL. "El peligro de la tragedia", dice Lavaudant, "es el pathos. El actor no tiene que aportarlo: la violencia, las emociones, ya están en el texto". Bien está, desde luego, no desmelenarse ni aullar a cada dos frases, pero un poco menos de hieratismo y un poco más de voltaje emocional no le hubiera venido mal a este espectáculo, por otra parte cuajado de resoluciones admirables. Para empezar, la traducción y la clara (aunque microfoneadísima) dicción de los intérpretes. La espléndida versión es un trabajo de ida y vuelta, a cuatro manos. Daniel Loayza ha vertido el texto de Sófocles (de un lirismo seco, antisentimental) del griego al francés, y Eduardo Mendoza del francés al castellano. Las palabras brillan sin tintinear, como piedras bruñidas por el agua y recalentadas por el sol. Jean Pierre Vergier firma escenografía y vestuario. Un cine abandonado, una pantalla, sillas de terciopelo rojo, un proyector que parece una máquina de guerra. Imágenes en blanco y negro. Una ciudad de altos edificios, vacía, con perros vagando por las calles. De cuando en cuando aparecen estampas incongruentes, como si se les hubieran mezclado las diapos: un cenicero con colillas humeantes, una tacita de café sobre un mapa de Grecia: Lavaudant sabrá. El rostro de Tiresias (Miguel Palenzuela, un tanto campanudo) se agranda sobre el muro del fondo. Por suerte, el director no abusa de ese recurso














Los auténticos griegos del arte del África negra
FRANCISCO CALVO SERRALLER 08/08/2009



En la antigua Nigeria floreció entre los siglos XII y XV una civilización, la cultura Ife, en la que se realizaron esculturas en metal y terracota de una belleza asombrosa.
El crucifijo románico no era al principio una escultura", escribe André Malraux en el primer párrafo de su célebre libro El museo imaginario, "la Madonna de Cimabue no era al principio un cuadro, ni siquiera la Palas Atenea de Fidias era al principio una estatua". Esta advertencia de Malraux nos ponía en guardia no sólo sobre el filtro cualitativo con que el museo, institución contemporánea, modifica históricamente nuestra mirada, sino, todavía más, sobre el mismo concepto de arte, un invento griego que cuajó en la cultura occidental durante 26 siglos, que nos hace ver como especiales ciertos objetos, muchos de los cuales originalmente tuvieron otro destino y función.




Por muy obvia que parezca, es bueno traer a colación, de vez en cuando, esta advertencia, que nos recuerda que nuestra visión de las cosas no agota el sentido de las mismas, pues muchas veces no concuerda con la de quienes las crearon. Quizá el último choque de este tipo se produjo a comienzos del siglo XX, a propósito del llamado "arte primitivo", o, mejor, "arte primitivo de los pueblos contemporáneos", cuando se tomó consciencia del enorme tesoro patrimonial de unos pueblos a los que hasta entonces se les calificaba como "salvajes", una manera de decir que carecían http://www.elpais.com/articulo/arte/autenticos/griegos/arte/Africa/negra/elpepuculbab/20090808elpbabart_2/Tesistoria,

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