viernes, 8 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura

Abel Ibarra



La noticia me sacudió a primeras horas de la mañana de este jueves y me cambió el libreto de la columna de esta semana, cuando escuché por televisión que Mario Vargas Llosa había ganado el Premio Nobel de Literatura.



Las Cábalas están ardientes de buenos augurios y, después de la emoción de haber comenzado a dar pasos acelerados para acabar con el autoritarismo que campea en Venezuela, celebro este acontecimiento como propio porque al fin se hizo justicia con uno de los creadores más lúcidos y prolíficos de nuestro tiempo, además de que resulta un homenaje a ese idioma que llevamos en la punta de la lengua para nombrar la vida que transcurre a la orilla de los días.



Con este premio, además del propio Vargas Llosa, gana también la Academia Sueca porque, luego de algunos desaguisados como haberle otorgado el Nobel de la Paz a una impostora como Rigoberta Menchú (que no es india, ni pobre, ni prócer) ha recuperado el sentido de la justicia esquivando el fetichismo que evitó, por ejemplo, haber desconocido el tenor literario de Jorge Luis Borges, autor de algunas de las obras que saltarán del Siglo XX, problemático y febril, con ímpetu mayor hacia los tiempos por venir.



Desde su primera novela, La ciudad y los perros, una trágica historia de adolescentes que transcurre entre las paredes del liceo militar “Leoncio Prado”, en el Perú, el don escritural, la crudeza de sus historias y la fuerza de su torrente imaginativo, han sido valores permanentes que encuentran un mayor desarrollo en novelas como La casa verde, con la cual ganó el premio “Rómulo Gallegos”, en Venezuela, en 1968, La guerra del fin del mundo, Pantaleón y las visitadoras, Conversación en la catedral y en el resto de una obra (bien pareja en sus hallazgos) que salta sin compasión entre géneros que van desde el encantamiento que deriva de su genio narrativo a la seducción que causan sus obras de teatro, hasta lograr uno de los mayores estallidos del pensamiento moderno, en la densidad lograda en sus ensayos con una maestría que da vértigo.



Y, como si esto fuera poco, uno de los valores que convierte a Mario Vargas Llosa en un portento de ser humano, es su lucha por la libertad y la condena a todos los regímenes despóticos que muestran su cara impunemente sobre la faz de la tierra.



Nuestros antepasados Mayas decían que había que nombrar nuestras cosas “para que nuestras cosas existieran” y Mario Vargas Llosa les siguió la corriente haciendo que nuestro español alumbre como estrella de lo cotidiano en todo el planeta.



¡Salud!, Don Mario Universal!

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