ANA RODRÍGUEZ FISCHER 01/08/2009
Historias tradicionales, argumentos reescritos, narraciones vivas, directas e impactantes sobre la vida en la sociedad contemporánea llenan las librerías en un año próspero para los libros de relatos.
Que el microrrelato no es un fenómeno literario reciente, deudor de la atomizada sociedad posmoderna y bla, bla, bla... lo demuestra Eduardo Berti en Los cuentos más breves del mundo (Páginas de Espuma), un primer volumen antológico de dicho "género" que abarca de Esopo a Kafka. Hurgando en la tradición oral y folclórica del mundo entero, en la ficción didáctica y en las fábulas, en las facecias y los ejemplarios medievales, en los apotegmas o proverbios narrativizados, en apólogos y leyendas, en la prosa poética y el poema en prosa, e incluso en los embriones o apuntes preservados en diarios, epistolarios y cuadernos de trabajo, Berti reúne una amplia y variada gavilla de estas piezas, extraídas de las literaturas orientales, firmadas por los clásicos de todos los tiempos o por autores menos conocidos que nos sorprenden gratamente.
Es una pena, sin embargo, la exclusión de los microrrelatos escritos en lengua castellana (Berti aduce las múltiples antologías recientes, olvidando que éstas abrevan en lo novísimo), cuya inclusión mostraría su muy antiguo linaje y su coloquio con esas otras literaturas milenarias.
Después de Poe, el cuento moderno abandona su estructura circular y adopta una suave línea recta
Lispector explora las intensas sensaciones que depara la vida cotidiana o las impresiones que estampa la realidad
Quienes quieran explorarlas disponen de El espíritu del agua (Alianza Editorial): treinta y dos cuentos tradicionales japoneses que narran cómo el espíritu del agua convertido en anciano acaricia el rostro de los dormidos o cuentan otras historias hermosas e inquietantes protagonizadas por la doncella sin manos, el paipái mágico, el cortador de cañas de bambú, la hermana pájaro blanco, el chico melocotón, el yerno serpiente o el gorrión de la lengua cortada. En la mayoría observamos los tres rasgos más destacables de dicha tradición, según explica el editor del libro K. Takagi: la importancia del mar como elemento que condiciona la vida insular y del que brotan personajes y aconteceres; el protagonismo de la mujer en una sociedad agraria; y los finales tristes y melancólicos, símbolo del culto a la belleza perecedera.
Imelda Huang Wang y E. P. Gatón nos ofrecen una rica muestra de los Cuentos chinos del Río Amarillo (Siruela), los cuales, todavía rozando el mito, se remontan hasta la cuna de la civilización sínica y en su fluir dan cuenta de la multitud de dinastías que se fueron sucediendo y del imaginario colectivo de esa cultura. Nosotros los leemos prendidos a su encanto literario, casi mágico cuando la corriente del río se emborracha, las constelaciones llueven luz para poner coto a la tiranía, el viento tiene arrugas y enferma de vejez o el fuego sueña con calcinar el tiempo. Y también prestamos atención al mensaje político-filosófico y a la profunda lección de vida que transmiten.
Clásicos modernos
Justamente al servicio de la pedagogía filosófica pondrán los ilustrados y enciclopedistas del XVIII el cuento, género que por su maleabilidad y polimorfía se acopla con naturalidad a diversos discursos. Diderot los diseminó por toda su obra (en Jacques el fatalista, en los Salones y hasta en su correspondencia), convencido de que un ropaje narrativo o fabulesco aligeraba el mensaje aleccionador. Sus Cuentos (Ellago Ediciones) ofrecen una variada tipología: los hay galantes, morales, de hadas, filosóficos y escénicos o dialogados.
Con los personajes característicos de los cuentos de hadas y de las fábulas -niños, mendigos, ogros, leñadores, bufones, gigantes, príncipes-, las criaturas animadas de la naturaleza u objetos simbólicos -perlas, monedas- que de repente pueden cobrar vida -estatuas, cohetes-, y en espacios que propician la aventura o el suceso maravilloso -jardines, bosques, palacios, senderos, chozas-, Oscar Wilde construye bellísimos relatos impregnados de lirismo y portadores de un inequívoco mensaje aleccionador, condenando la injusticia, la avaricia, la tiranía y el orgullo, o ensalzando el amor, la bondad, la piedad, la generosidad, y cualquier otra conducta o sentimiento altruista. De estirpe tradicional, nos hablan directamente al corazón.
Los Cuentos reunidos (Lumen) de Sherwood Anderson son una excelente muestra de la obra del norteamericano en quien Faulkner reconoció al "padre de nuestra generación". Un buen número muestra la bronca y ruda vida cotidiana del agonizante Medio Oeste de entreguerras previo al proceso de industrialización y transformación al capitalismo, con el consiguiente trastrueque de valores, especialmente traumático y alienante en los adolescentes, cuyo punto de vista recoge admirablemente: con humor, cuando un joven relata la súbita pasión tan norteamericana por prosperar que se apodera de sus padres; con ingenua nobleza épica al retratar el mundo de las carreras de caballos con todo su prosaísmo poético (las cabañas de los negros que ríen y cantan, el olor a café y tocino, una pipa fumada al aire libre); o con decepción y desgarro en 'Soy un idiota' y 'El hombre que se convirtió en mujer'. Otros cuentos revelan cómo "la vida tiene formas de afearse" en las ciudades obtusas y muertas de Kansas o cómo los hombres de la periferia decadente de Chicago cavan pozos cada vez más profundos y alzan muros que los alejan del calor, la luz, el aire y la belleza. En otros, Sherwood Anderson se autorretrata como escritor: con mordacidad e ironía ('El triunfo de un moderno') o afirmando la crudeza de su personal poética narrativa: seca y escabrosa, ajena a la retórica al uso pero heredera de la oralidad.
Reescrituras
En la estela de los clásicos, la colección Remakes (451 Ediciones) se engrosa con dos nuevos tomos, muy desiguales en su calidad.
En After Henry James, partiendo de los famosos "embriones" que el escritor norteamericano dejó en sus Cuadernos -anotados en detalle o sólo esbozados en cuatro líneas-, siete escritores desarrollan algunos de aquellos argumentos nonatos. Quienes arrancan de una apuntación amplia y precisa apenas se desvían del embrión, salvo en la obligada actualización de los componentes del relato (como ocurre en el de Soledad Puértolas). Otros autores, sin embargo, nos ofrecen su personal forma de ser jamesianos. A través de dos primos descendientes de republicanos exiliados en México que se consideran Gemelos Mágicos y se ilusionan con ser dobles accidentales, Juan Villoro cuenta cómo uno de los jóvenes, para librarse de su secreto, decide cargar con el del otro, que le serviría de compañía. Si (en el esbozo jamesiano) la única seguridad de P. B. para salvar su matrimonio reside en mantenerse lejos de Francia, Andrés Barba enfoca una joven pareja ante su inminente traslado a Berlín, barajando las correspondientes expectativas de renovación, en un relato ambiguo y sugerente, que hurga en los sentimientos y repliegues de la interioridad. Molina Foix desarrolla una propuesta de moeurs littéraires en la figura de Golston Linacre, afamado escritor que descubre que bajo la firma de Mathias Crook y las demoledoras críticas que le dedica se esconde la mujer a quien ama. El volumen se completa con cuentos de Margot Glance y Javier Montes, entre otros.
Poe es el otro remake reciente. Un volumen cuyos cuentos van demasiado pegados a gatos negros, cuervos, Ligeias, mesmerismo, escarabajos de oro, cartas robadas, montañas escabrosas, mansiones Uxer , Marie Róget u otros elementos tan poderosos como emblemáticos de la obra del maestro del terror y del suspense policial. Quizá por ello no todos los autores salen airosos en su personal propuesta de actualización del gran clásico.
Clarice Lispector
Sherwood Anderson detestaba los poison plots, los argumentos tramposos de final inesperado. Y aunque algunos escritores se sigan confiando al ingenio, después de Poe el cuento moderno abandona su estructura circular y adopta una suave línea recta, para narrar un fragmento de vida cuya intensidad no depende ya tanto de la peripecia y su desenlace como de la tensión interna que el autor sepa imprimirle. Partiendo de un inicio in media res lo bastante poderoso para proyectar la imaginación del lector más allá de lo estrictamente representado o contado, se nos instala ante una situación ya desencadenada y a cuya resolución no siempre podemos asistir porque, concluido el relato, no parece que en realidad haya acabado: vidas y sucesos siguen latiendo.
Los Cuentos reunidos (Siruela) de Clarice Lispector ilustran magníficamente ese quiebro. Tan buena lectora de Mansfield y Dostoievski como de Joyce Woolf y los grandes autores de la tradición propia, la escritora brasileña explora en sus relatos las intensas sensaciones que depara la vida cotidiana o las impresiones que estampa la realidad, las epifanías que estallan como una fulguración poética o los prosaicos lazos de su familia, "el viacrucis del cuerpo" y su poder genesiaco en tanto que fuente y sustento del mito o el dolor, la miseria y otras heridas que una sociedad injusta y absurda perpetra en el ser humano. Sin barreras genéricas ni limitaciones formales, con extrema libertad expresiva, como en sus grandes novelas, también en estos cuentos Clarice Lispector desnuda y perfora la existencia.
Nuestros contemporáneos
Oficios estelares (Destino), de Felipe Benítez Reyes, reúne dos libros anteriores y otro inédito.
En Un mundo peligroso predomina la maravilla y la sorpresa de las transformaciones que la aparición de un elemento extraño provoca en el orbe real, instalando a estas criaturas en el territorio fronterizo entre la vigilia y el sueño. Pueden provocar ese efecto la breve parada de los vagones de un circo y su troupe en un pueblecillo, las anotaciones de una agenda encontrada en la basura, los viajes imaginarios o reales, la caza de un animal prodigioso, o descubrir la vocación de invisibilidad de los objetos, con su mezcla de violencia y terror.
En Maneras de perder hallamos quince biografías del fracaso que ilustran otras tantas formas de vivir el tiempo, la soledad, el amor, las ilusiones o la ambición, en relatos breves y concisos, que combinan ternura y crueldad, prosaísmo y poesía, realidad y absurdo. Fragilidades y desórdenes culmina esta poética de la sugerencia que Benítez Reyes sostiene sobre lo visto y no visto, sobre el antes y después de lo contado, sobre voces de entelequias fugitivas o sobre el fluir de las conciencias.
También de tiempos y libros muy alejados entre sí proceden los ocho relatos reunidos en Aeropuerto de Funchal (Seix Barral), de Ignacio Martínez de Pisón. Y, salvo un par que acusa más las notas ambientales y ciertas claves de época, la mayoría son instantáneas interiores que hablan del amor y el desvanecimiento del hechizo de un viejo músico de una orquesta de pachanga, la desazón y la soledad del adolescente enamorado de su prima, la conmovedora impostura de un refinado bufón, el terror ante la muerte de la hija, la perversidad adulta del otrora gracioso niño travieso que sigue despreciando y humillando a los débiles, la hipocresía yacente bajo las convencionales fotos de familia, la peculiar moral de un traficante de ilusiones y promesas o el manojo de sentimientos contrarios que anidan en las relaciones de pareja.
Tanta gente sola (Seix Barral), de Juan Bonilla, es un libro sólida y profundamente trabado y cohesionado, gracias a la reaparición de personajes, la variada gama de leitmotiv y la variación de una misma circunstancia: la radical soledad del hombre actual pese a las múltiples conexiones que ofrece el mundo de la Red y su extravío o pérdida de identidad en esta sociedad del espectáculo donde impera la dictadura del éxito medido en cifras: un mundo al revés donde una suma de fracasos puede constituir un gran éxito. Historias siniestras y cínicas, divertidas y entusiastas, donde la mirada vitriólica de Bonilla recorta el presente más rabioso, con un lenguaje tan preciso e incisivo como repleto de resonancias y sugerencias, según convenga, más el humor, la ironía y la irreverencia necesarias para poder digerir tanta sordidez.
Ray Loriga opta por borrar todo rastro circunstancial y replegarse en una esencialidad para contar el destino de un oficial que se enamora del joven soldado que imita y parodia sus gestos (Los oficiales) o el de una mujer que sufre con fastidio el asedio de sus amantes y se convierte en "víctima irresponsable de tres locuras diferentes" (El destino de Cordelia) (El Aleph).
Ellas también cuentan
En Cuentos de amigas (Anagrama), Laura Freixas repite la propuesta de Madres e Hijas: reunir quince cuentos de escritoras españolas del siglo XX (algunos encargados expresamente para la ocasión), que tratan de las relaciones entre amigas, amantes, colegas, compañeras o maestras y discípulas, mayoritariamente situadas en la infancia. La selección es desigual. De Rosa Chacel no se incluye el que mejor encajaría aquí, 'Juego de las dos esquinas', un relato inquietante y perturbador, con una atmósfera similar a la del excelente 'Lúnula y Violeta', de Cristina Fernández Cubas. Carmen Martín Gaite subraya las diferencias de clase en la España de los cincuenta, cuando enfoca la vida cotidiana de Paca y Cecilia, dos vecinitas y amigas; Paloma Díaz-Mas evoca los días escolares de Carmencita y el magisterio de doña Rosita (beata y solterona) en un colegio religioso, escenario del cuento de Luisa Castro, que evoca el amasijo de afectos nacido en un patio escolar; la protagonista de Juana Salabert descubre a través del telediario el trágico final que tuvo su "amiga de verano", víctima de la violencia de género.
Otros relatos contrapuntean distintos modelos de mujer: Josefina Aldecoa lo hace a partir de Julia y Cecilia, dos viejas amigas que, ya en la madurez, rememoran los proyectos y sueños de la juventud; Clara Sánchez, por su parte, presenta a dos amigas que seguirán destinos opuestos y cómo la científica independiente suplanta por un día la vida de su amiga Alicia, casada y madre. Todos auscultan los sentimientos y los conflictos íntimos.
En Media docena de robos y un par de mentiras (Alfaguara), Mercedes Abad lanza una propuesta tan insólita como divertida, que aparentemente se le ocurre tras la lectura de Vieja escuela, de Tobias Wolff, novela que trata de un robo literario y sus consecuencias. Porque, si existe y se tolera la figura del "comisario de arte" ("un individuo que selecciona determinada cantidad de obras firmadas por distintos autores y las expone bajo la égida de su propio nombre"), ¿no puede un escritor hacer algo parecido? ¿No habíamos quedado en que la propiedad privada encubre siempre algún tipo de robo?, se pregunta Abad en una breve y oxigenante presentación de Media docena de robos y un par de mentiras.
Así que la autora se dispone a ejecutar sus principios y contar sus sustracciones, cada una de ellas enmarcada en un breve prólogo que desvela las circunstancias en que se produjo la apropiación indebida y la identidad del "expoliado". El humor y la irreverencia hilvanan relatos disparatados en los que un variopinto grupo de personajes vive situaciones tan cotidianas como absurdas y al final... ¿Nos había mentido Mercedes Abad al principio?
Flavia Company también escribe relatos vivos y directos, algunos muy breves, todos ambientados en el presente: la mujer que viaja en tren en estado de ausencia y que al final del trayecto presiente que el suyo acaba de empezar; el nacimiento de la sospecha entre una pareja de amantes jubiladas; el perseguidor que descubre que su presunta víctima lo busca a él; el sobresalto de Arturo Gómez al subir a un taxi y escuchar "llevaba tiempo esperándote"; la tensa relación entre una señora y su silenciosa y perfecta pero enigmática criada; el desasosiego por el hallazgo en el cepillo de dientes de un pelo púbico no identificado; o las figuraciones de una pareja encerrada en la caja de un ascensor son algunas de las situaciones límite de Con la soga al cuello (Páginas de Espuma).
Directos e impactantes son los cuentos de Callejón con salida (Siruela), de Elsa Osorio, escritos casi todos en el lenguaje astillado y tenso propio del monólogo interior, que también imanta otras voces. Muchos se remontan a los atroces tiempos de la dictadura militar argentina y pautan las secuencias de la represión inicial más los dramas y tragedias desatados, o bien las secuelas y desenlaces veinte años después, con el triunfo de la justicia y de la voluntad de vida. Casi todos ahondan en el alma femenina: dibujan sueños imposibles, fijan imágenes que se imponen con perseverancia, persiguen la naturaleza de un olor nauseabundo, trazan la brecha entre "el afuera" y el yo, o celebran la germinación espontánea del instinto maternal en el delicioso 'Ahitá'. Todos comparten el final luminoso, el Callejón con salida prometido en el título.
Experta en abrir brechas en la costumbre, a través de las que asoma el envés incomprensible de la vida, es la norteamericana Amy Hempel. Sus Cuentos completos (Seix Barral) son un soberbio tomo de los cuatro libros que en los últimos veinte años le merecieron una exquisita y selecta reputación.
Con un lenguaje incisivo y contundente, Hempel hace desfilar un abigarrado conjunto de criaturas anodinas, fracasadas, débiles, alucinadas, enfermas... que aspiran a escuchar el regocijo del corazón, a gozar el éxtasis de las profundidades, a aprender a defenderse del miedo, a vivir en lugares afables y sin roces, a que les cuenten sólo banalidades y cosas que se puedan olvidar, a escapar de un mundo de sedados e indiferentes o a averiguar que lo que les ocurre no es bueno. Por fortuna, el humor y el ingenio están siempre presentes en estas historias "humanas, demasiado humanas".