sábado, 21 de junio de 2008

La espada y el escudo


La literatura venezolana bajo el prisma de doce poemas
Américo Martín
Venezuela - diciembre 2004
La más grande de las revoluciones del espíritu es la asociada con el Renacimiento, un vasto movimiento de curiosidad . Liberarse de la tutela divina y fundar un mundo centrado en el hombre, fue un salto en la humanización de la Historia.

Por eso, cada uno de los grandes avances en el conocimiento representó un eslabón en la permanente lucha por la libertad, fuego prometeico en el fondo del corazón del animal humano. Si ese ser famélico, físicamente débil, respondía ahora por el destino del planeta, la duda por desentrañar la verdad y adquirir certidumbre se convirtió en el punto de partida de la cultura y se entendió que no había una meta final en la evolución ni las verdades consagradas podían tampoco considerarse definitivas, como cuando el mundo giraba alrededor del dogma divino.

El hombre es un libre creador que ha postulado incluso el mundo sobrenatural.

Por supuesto, esa libertad irrefrenable podía desembocar en la destrucción de la especie, y por instinto de conservación, nacieron los intentos de sujeción. La humanidad ha vivido más del tiempo que sus posibilidades naturales le permitían, por esa doble razón: la libertad para crear mejores condiciones de vida, y el freno de esa libertad para impedir que el entusiasmo de la creación sin límites, como caballo desbocado, la precipitara en un abismo.

La libertad pugna por avanzar hasta el infinito, y las reglas son el abrigo protector. Entre esos diques y sus rupturas ha avanzado el pensamiento, siendo en principio ambos aspectos, dique y ruptura, necesarios y éticamente aceptables, por obra de la dialéctica de la espada que permite desentrañar el futuro y el escudo que preserva lo obtenido.

El Renacimiento nos llevó a retomar las formas clásicas de la Antigüedad panteísta (la liberación de la sujeción divina) y convirtió en arquetipos de la modernidad a Virgilio, Horacio, Aristófanes, los grandes trágicos griegos y los escultores y arquitectos greco-romanos. Pero también reaparecieron las reglas clásicas (la verosimilitud, las tres unidades, la distinción de los géneros), un todo armónico entre la libertad y el control.

La vanguardia del siglo XX –independientemente de la calidad de las obras- expresa una ruptura de las reglas prevalecientes, en nombre de la libertad. Habiéndose hecho sofocante el modelo clásico, surgió el romanticismo, que es de nuevo una expresión de libertad.

El modernismo, el simbolismo y el ideal del arte por el arte nos sustraen del romanticismo para proyectar la cultura a expresiones más amplias mediante el uso audaz de un lenguaje enriquecido.

Pero también los parnasianos y modernistas resultaron a la larga insuficientes para contener la expansión libertaria y he aquí que revientan las formas y surgen el ultraísmo, el surrealismo, el cubismo, el existencialismo, los versos malditos presurrealistas de Lautreamont, Apollinaire, Ezra Pound. Por eso, lo que en un instante determinado representó un momento de expansión libertaria y de desarrollo cultural, pasó a ser un freno moderador necesario, hasta que lo necesario se trastocó en innecesario, abriendo así el pórtico de las rupturas. Bajo ese criterio, se orienta la presente selección.


Más que la calidad individual de la obra, que puede incluso ser inferior a la de poetas extraordinarios no mencionados en esta ocasión. Es, si se quiere, una muestra de Poemas, más que de poetas, aunque no sea posible apreciarlos sin hablar de sus autores y la circunstancia que los impulsó a escribir. De allí que estén precedidos de un breve análisis sobre autores y época. En la primera parte de este ensayo los poemas seleccionados son de Andrés Bello, Juan Antonio Pérez Bonalde y José Antonio Ramos Sucre.

Ninguno de los tres es ubicable en una sola corriente literaria. Todos llevan en sí elementos de varias escuelas, a los que me referiré en su momento. Pero además, el clasicismo de Bello, en una era de predominio romántico pudo haber sido tomado como un patético anacronismo mucho más debido a la impetuosa crítica del volcánico Sarmiento, y sin embargo se mantuvo enhiesto, lo que habla de sus auténticos méritos literarios y de la serena voluntad del sabio caraqueño. Pérez Bonalde es romántico en una circunstancia extraña.

Había una fuente torrentosa propicia al Romanticismo impulsada por la Independencia, el estilo inflamado y el tono épico de los libertadores (que se filtró al ciudadano común y aún se descubre ¡170 años después! en el lenguaje anacrónico de ciertos políticos y gobernantes) y sin embargo, el Romanticismo hispanoamericano fue en buena medida un trasplante de Europa. Todavía más, del viejo Continente el modelo seguido fue el inglés de Byron, el alemano-francés de Heine.

Ángel de Saavedra (Duque de Rivas), José de Espronceda y José Zorrilla, para no hablar sino de poetas, encarnaban con probidad el Romanticismo español. Lo lógico es que hubiera sido ésta la influencia predominante, pero la calidad de Byron y Heine era superior, en tanto que probablemente subsistiera en alguna forma el absurdo prejuicio hacia lo español, cultivado en medio de los atabales del triunfo de las armas patriotas, en un esfuerzo más o menos delirante por proyectar la emancipación política al plano de la cultura.
Pérez Bonalde, así como el uruguayo Juan Zorrilla de San Martín sobrevivieron a estas fuerzas encontradas, mediante composiciones líricas que permiten hablar de un Romanticismo hispanoamericano, si no abundante, sin duda auténtico.A José Antonio Ramos Sucre ni siquiera, a mi entender, podría considerársele en su totalidad un poeta. En su Obra Completa, breve como fue breve y atormentada su vida, diría que más del cincuenta por ciento de sus escritos pertenece a otros géneros: ensayo, hermenéutica literaria, epigrama y greguería; el resto tiene valores líricos suficientes para clasificar como poesía.
Y en este caso, se trata de poesía en prosa, lo que deja a un lado cualquier sometimiento a metros castellanos y a rimas, todavía abundantes en su tiempo. ¿Era un claro representante del Modernismo? Diría que no, pero predominan más los factores que obligan a considerarlo de esa corriente, sobre los que lo acercan a la vanguardia o lo hacen retroceder al Romanticismo. Personaje de transición, rompe con fuerza los moldes preestablecidos y por eso puede haber sido un puente conductor de la lírica hispanoamericana a los hallazgos del surrealismo, el dadaísmo y otras expresiones de la vanguardia.

Por su particular colocación en medio del choque entre la espada y el escudo, se incluyen dos breves trabajos de Ramos Sucre, extraños, expresivos del autor, y de preciosa urdimbre.Se me sugirió inicialmente hacer una Antología de poetas venezolanos. Pero ya hay varias omnicomprensivas. Preferí, alejado de pretensiones antológicas, enfocar mi trabajo hacia obras que, a mi criterio, hubieran sido hitos importantes –más allá de un asunto de justicia: quedan por fuera no pocas de tanta calidad como las seleccionadas- en el devenir de la lírica. De todas maneras, la buena calidad de los incluidos está fuera de duda y así -me parece- queda demostrado en lo que sigue.

Aparecen en la segunda parte, un clásico de Vicente Gerbasi, uno de los más altos exponentes del célebre y renovador Grupo Viernes y de la poesía toda hispanoamericana. Y aquí hube de hacer, debido al dominio irradiante de Gerbasi sobre el campo próximo, la dolorosa exclusión de obras de Otto De Sola, y antes de Fernando Paz Castillo y después de Juan Liscano, que podrían publicarse en el marco de lo que se propone este ensayo.
Se incluyen además poemas de varios escritores que emergieron con fuerza después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, agrupados en Sardio y Tabla Redonda, la más numerosa y brillante floración lírica en nuestra historia (que también incluyó a pintores y narradores como Jacobo Borges, Mateo Manaure, Régulo Pérez, Adriano González León, Salvador Garmendia, Rodolfo Izaguirre, Héctor Malavé Mata, o historiadores de la calidad de Manuel Caballero y el también poeta Jesús Sanoja Hernández, alma de Tabla Redonda y después de En Letra Roja).

He seleccionado una obra que considero memorable de Rafael Cadenas, totalmente consciente de que bien pudiera haber mencionado las de otros autores, con parecido resultado, a saber: de Ramón Palomares en El Reino, o Paisano; de Hanni Ossot, en su centro fuegos y aguas, mar rasgando la tierra, Yolanda Pantin, diciéndonos del libro paisaje inacabado y la letra obsesión abominable; el sólido poeta Eugenio Montejo, ¡cuánto lo comprendo cuando siente que viajan con él sus amigos muertos!; Luz Machado recordando a Melville y Moby Dick; Alfredo Silva Estrada, en la casa que respiramos y nos respira, Guillermo Sucre, y los cuerpos que dan gracias al alma o Rafael José Muñoz y su hermoso soneto al valle de Guanape.

La tercera y última parte, ofrece una panorámica de claras voces líricas en nuestra literatura, son poemas representativos que me han impresionado especialmente, de Teresa Coraspe y Francisco Alarcón “antorcha iluminada de poesía” como lo he llamado en el prólogo a uno de sus libros.

Vacilé también en la escogencia porque los poetas significativos con un aporte estimable constituyen una gran y esforzada legión. Se trata, repito, más que de la calidad de sus versos –pero por supuesto, también de ella- del lugar que, de grado o por fuerza, consciente o inconscientemente, están ocupando lentamente en el panorama nacional y eventualmente hemisférico. Pero he dejado un espacio para la poesía juglaresca, tan decisiva en la formación de ciertos valores inconfundibles del venezolano.

Andrés Eloy Blanco, Alberto Arvelo Larriva, Aquiles Nazoa, Rosas Marcano y no digo Miguel Otero Silva porque se separó en fecha temprana de la actividad poética, salvo un regreso incidental para hacer la Elegía a la muerte de Andrés Eloy, su compañero en las lides del humor, que es una fuente inextinguible de la cultura nacional.

Américo Martín